Hambre

En una pequeña aldea olvidada de la mano del hombre, vivía una mísera familia y sus cuatro hijos de los cuales el mayor tenía tan sólo ocho años. La madre y el padre de estos niños trabajaban en la hacienda de un terrateniente que se encontraba a dos kilómetros de distancia de la aldea y que tenían que recorrer apenas el sol nacía por el filo del monte.
La madre ayudaba en la cocina de la casa grande y el padre era un gañán de sola sol. También era mísera la paga de estos padres que volvían agotados a su casa ; lo bien cierto es que no había más lugar donde emplearse. La madre era la que más aportaba a la familia, porque algunos días, le permitían llevarse algunas de las sobras de la comida del día.
Las cuatro criaturas de esta desventurada familia, con los pies mas en la tierra que las alpargatas, las camisillas llenas de zurcidos y los pantalones con remiendos y más vapuleados que una estera, se criaban libres como los animalillos del bosque. El día lo pasaban corriendo, jugando y subiéndose a los árboles ; cuando apretaba el calor se refrescaban en el tosco pilón de la aldea donde el agua corría fresca y cristalina y en los crudos días del invierno se arropaban unos a otros muy juntitos como polluelos al calor de la lumbre en su pobre casucha.
Los cuatro hermanos, hasta que su madre regresaba del trabajo, llenaban sus pequeños estómagos con frutos silvestres y tiernas raíces que su padre les había enseñado ha escoger. El mayor de los chicos vigilaba a sus hermanos para que no se llenasen la boca de hierbajos. Era el ángel guardián de la prole. Este muchachito de ocho años, crecía fuerte, su estatura era fuera de lo común para su edad, y su piel curtida y tostada por el sol le añadían un par de años más.
Una mañana el capataz de la hacienda dijo a los jornaleros que necesitaba un chico para servir en la casa grande donde tendría que quedarse a vivir. Enseguida se presentó el gañán con su hijo mayor. El niño fue admitido de inmediato ya que tenía un aspecto fuerte y saludable. Se acordó que su único salario sería la comida y vivir con el resto de los criados. De las obligaciones del crío nada se habló ni su padre osó preguntarlo. Su mujer y él estaban contentos de que alguno de sus vástagos fuera bien alimentado.
Solo había pasado una semana desde que el muchachito entrara al servicio de la casa grande, cuando el capataz mandó llamar a su padre y poniéndole al chico delante le dijo que no servía para el empleo y que se lo llevase devuelta a su casa. - Usted dirá que trastada a hecho este pillo, inquirió desconcertado el buen hombre, - No es poca cosa le contestó el capataz, gasta mucho en comida. Después del plato de gachas diarias aún quiere comer pan .- 

8 comentarios:

  1. Muy conmovedor, Carmen, la verdad es que me llegó tu texto.
    ¿La imagen también es tuya, no?
    Gracias por invitarme a conocer tu blog.
    Un beso.
    HD

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    1. Gracias Humberto, valoro que hayas abierto mi blog, yo soy como habrás visto seguidora del tuyo. Te devuelvo el beso.

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  2. Lo que tu relatas, duele, porqué en el mundo real hay gente egoísta y miserable que abusa de los más pobres. Y por otra parte por las familias que puedan vivir en esas condiciones.
    Llegué trás los pasos de Humberto.
    Un beso.

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  3. Me alegro de que hayas seguido los pasos de tan buen escritor, así has podido conocer mis relatos. Gracias por tu comentario. Saludos desde Valencia ( España )

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  4. Muy cercano a la realidad de tantos lugares, aùn hoy en este mundo. El abuso y la miserabilidad son imperdonables. Y con niños!! Que bueno encontrar a Humberto por aquì, buen amigo y mutuo lector con Miguel, se respetaban mucho.
    Beso amiga

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    1. Gracias, Iris, por tu lectura.Por desgracia muchisimas criaturitas siguen siendo carne de cañón.

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  5. Afortunadamente entiendo es una imagen del pasado, no creo sea extrapolable a la actualidad porque ahora, a pesar del hambre, valoramos nuestra dignidad.

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  6. Y yo valoro mucho en la alta estima que tienes de la raza humana. Pero creo que hay muchos lugares, y no muy lejanos, donde se menoscaba la dignidad de de las personas. ( Los desahucios, sin ir más lejos )

    Saluditos de afecto de

    Carmen.

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