El ocaso

¡Había estado malita, muy malita! Pensaba Doña Gertrudis, y ¡tan sola! Si no hubiese sido por los cuidados de su joven vecina posiblemente ya no estaría en este mundo. Tenía familia, cuatro sobrinas, hijas de sus dos fallecidas hermanas, que no vivían lejos de ella, en una ciudad tan pequeña, que las distancias se recorrían a pie en algunos minutos. Lo cierto era que, aunque la llamaban a menudo por teléfono, y hasta le habían regalado un “inal-no-se-qué...” para transportarlo, cuando ella se moviese por la casa de una habitación a otra, y además, un teléfono móvil, que no entendía en absoluto, para el caso de que le fallara el que tenía desde siempre, que ella recordara, en la mesita camilla del comedor, no iban a visitarla más que un par de veces al año.


Doña Gertrudis suspiraba y disculpaba a su familia. Con la vida tan ajetreada que llevan éstas jóvenes de hoy es imposible que dispongan de tiempo para dedicarle a una vieja como yo. No, no es falta de cariño. El trabajo los negocios y un sin fin de ocupaciones que han surgido con los nuevos tiempos en que viven. Si yo tuviese menos edad, sería yo, la que fuese a echarles una mano para lo que les hiciese falta, como he estado haciendo durante muchos años. Entre suspiro y suspiro, la anciana se desahogaba con su cariñosa vecina. Pero ya ves, proseguía, ya tengo ochenta y nueve años y estoy hecha una chanca. La chica la escuchaba, le daba unos cachetitos cariñosos en sus arrugadas mejillas y le sonreía con ternura.

Aquel domingo había amanecido soleado y con buena temperatura. Doña Gertrudis pensó que alguna de sus sobrinas se acercaría a visitarla puesto que se habían enterado que había estado muy delicada. La semana que había quedado atrás resultó tremenda, con fuertes lluvias, frío intenso y vientos huracanados que no cesaban. La gente había salido lo indispensable a la calle, pero hoy, el día era magnífico y estaba segura de que recibiría alguna visita.

A las doce en punto del medio día sonó el timbre de la puerta. La anciana se apresuró, con pasos menudos por el pasillo y con el corazón palpitandole con fuerza, se decía ¡Serán ellas! Miró por la mirilla. ¡ Lo eran ! Abrió y todo fueron besos y abrazos. Por las blandas mejillas de Doña Gertrudis rodaban lagrimones de alegría.. Pasadas todas las efusiones de cariño, habló una de las sobrinas que se nombró portavoz del grupo. -Querida tía, hemos pensado que no puedes seguir viviendo sola, ya tienes mucha edad, y como todas te queremos muchísimo ( aquí, a la anciana se le encendieron dos lucecitas de esperanza en sus empequeñecidos ojos) hemos pensado, la voz de la sobrina cada vez se hacía más y más melosa, a la vez que a su tía, Gertrudis, se le iban apagando las lucecitas de sus pupilas, que te iba ha parecer bien nuestra proposición. Tiíta, hemos encontrado un lugar maravilloso para ti. Tiene clínica, médicos permanentes, jardines, salón de recreo, televisión... ¡Es una Residencia de mayores magnifica! Por otra parte debes de comprender que ya no puedes administrar tu fortuna, tus dineros... nosotras lo haremos mucho mejor que... La tía Gertrudis ya no quería oír nada de todo aquello. De tanta palabrería barata, solo las últimas palabras fueron las que se le quedaron marcadas en el corazón como un hierro candente. Fortuna, dinero…

La liebre avispada

En aquel paraje del bosque vivían un lobo, una libre , un zorro y un oso. Cada personaje de esta historia, tenía sus madrigueras marcando las cuatro esquinas del bosque, por el centro del cual corría un río. La liebre se sentía acosada por el zorro y por el lobo que constantemente trataban de cazarla para zampársela tan ricamente, mientras que el oso hacía caso omiso de tan insignificante personaje, como aquella liebre de grandes orejas y largos bigotes. Pero en cambio, el oso no podía ver ni en pintura al lobo y al zorro porque se habían burlado muchas veces de él y de su carácter perezoso e ingenuo. La liebre, estaba harta del zorro y del lobo que la hacían correr a la velocidad del rayo. Ya se estaba haciendo viejo para vivir tan angustiado, pero no estaba dispuesto ha dejar su madriguera y mucho menos dejarse comer por sus voraces vecinos. Así pues, muy alicaído, decidió sentarse para pensar en alguna idea que le pudiese solucionar su desgraciada situación. 

Después de transcurridas unas cuantas horas, sus orejas se enderezaron y en sus grandes ojos brilló la luz de una gran idea. La avispada liebre, esperó pacientemente el día que pudiese acercarse al lobo y al zorro sin que peligrase su orejuda cabeza. Un caluroso atardecer, vio al zorro y al lobo muy amodorrados y con sus barrigas muy hinchadas. Esta era la señal que esperaba. Seguro que se habían merendado muy buenas presas y aún estaban haciendo la digestión.

-Amigos lobo y zorro, me alegro de encontraros. Quiero haceros una proposición sobre mi humilde persona. -El zorro y el lobo lo miraron de tal forma que la liebre se puso a temblar Como veis, ya empiezo a estar viejo y cansado para las correrías a las que me tenéis sometido y comprendo que no tardaré en caer entre los colmillos de uno de vosotros… pero tengo mi dignidad -continuó la liebre atusándose los bigotes con seguridad, cuando en realidad estaba muy asustada- y quiero ser yo el que se ofrezca voluntariamente a serviros de comida. He pensado que podéis medir vuestras fuerzas en una apuesta y el que gane tendrá doble recompensa. Un buen cesto repleto de perdices y mi escaso y peludo cuerpo.

- ¡Jajajaja! Que tontería. Ganaré la apuesta sin apenas esforzarme, porque yo soy mucho más fuerte que tú ¡jajaja! amigo zorro.

- No sabes lo que dices, contestó el zorro. Hagamos la apuesta que nos propone la liebre y sabrás hasta donde llega mi fuerza, amigo lobo. Pero dime liebrecilla inmunda ¿de dónde vas a sacar un cesto con perdices ? -Y los ojos del zorro se achicaron amenazantes- No creo que deba revelarte el secreto, porque seguro que tu hermosa piel correría grave peligro… pero si te empeñas…

- ¡Basta ya de palabrerías! Exclamo el lobo con terrible furor ¡Sea pues la apuesta mañana mismo!

- Pues mañana mismo os pondré a prueba. 

La liebre escapó a todo correr, dejando a las dos contrincantes discutiendo acaloradamente quién de los dos ganaría la apuesta y sin perdida de tiempo se fue en busca del oso, al cual encontró rascándose el lomo en el tronco de un árbol y gruñendo de placer.

-¡Hola, amigo oso! Me alegro de encontrarte en tan agradable momento.

-Pues si, este tronco es estupendo para rascarme el lomo. Pero dime ¿qué te trae por aquí?
-Pues verás, ya estoy cansado de las hiervas y los tallos que estoy comiendo por la esquina del bosque donde vivo y he pensado, que si tu me lo permites, podría venir por tu paraje, de vez en cuando, pues he oído decir que todo lo que crece en tus posesiones son delicias para el paladar. Naturalmente estoy dispuesto a pagar tu favor, con la más deliciosa miel que jamás hayas probado. Me la regalaron mis amigas las abejas, pero ya sabes que a mí la miel no me gusta y sería una lástima que se echara a perder. Claro está, que tendrás que ser tú, quien acarree el cántaro, es muy grande y mis fuerzas no me permiten traerlo hasta aquí. Si te parece bien, mañana traeré una larga cuerda que te pasarás por tu cuerpo y yo ataré los dos cabos a las asas del cántaro. Cuando ya esté listo daré dos fuertes tirones para, que tú que comiences a tirar de ellos.

Al oso le pareció magnífico el trueque y así quedaron. A primera hora de la mañana se presentó la liebre en casa del oso.

-¡Buenos días! Aquí estoy con la cuerda como te dije, pásala por tu cuerpo y recuerda, en cuanto tenga el cántaro atado por las asas daré dos tirones. Comienza a estirar con tu poderosa fuerza y en poco tiempo te estarás relamiendo de gusto.

Corrió la libre a casa del lobo y le dijo que asiera el cabo de la cuerda y que en cuanto notase la señal comezará a tirar con todas sus fuerzas. Al zorro le dijo lo mismo que al lobo. La liebre, una vez bien dispuesta la cuerda entre sus tres vecinos, dio dos briosos tirones. Veloz se subió a una colina desde donde se retorcía de la risa, al ver a las tres fieras tirando de la soga. El oso iba arrastrando con sus forzudos brazos lo que él creía un cántaro con miel. Cual no sería su sorpresa cuando vio que eran el zorro y el lobo lo que había en los extremo de la cuerda. Lleno de rabia estalló en un rugido, enseñó sus colmillos y estiró sus garras como jamás lo hiciera. El lobo y el zorro echaron a correr a toda la velocidad que les permitieron sus patas, río a bajo y nunca más se supo de ellos. El oso por su parte, perezoso e ingenuo, no se tomó la molestia de pensar que todo el engaño lo había preparado la liebre, pero ésta que era muy lista y prudente se cuido mucho de pisar los parajes del oso y vivió el resto de sus días feliz y contenta.

La tía Berta y Tesis

La tía Berta ha venido ha pasar unos días con nosotros a nuestra casa de la playa. Este verano hace mucho calor y mamá la ha invitado, para que no esté tan sola en la ciudad y se refresque, al menos, por una temporada. con la brisa el mar.

La tía Berta no me gusta nada y menos su gato al que llama Tesis, que es tan raro y arisco como ella. Desde que llegan a casa, hasta, Rudo, nuestro pastor alemán, anda con el rabo entre las patas. Solamente, mamá, se siente cómoda con su hermana y nos dice a papá y a mi que tenemos mucha fantasía. Si, si, fantasía. No sé, como no se da cuenta, de que su nariz puntiaguda de bruja y sus ojos saltones, como el de un sapo, ponen los pelos de punta (mamá siempre lo dice cuando algo le asusta).


-Mamá es muy guapa, pero la tía Berta… ¿a quién se le parece ? Es tan rara…

- Es más a la familia de mi padre, tu abuelo. Ha sacado los rasgos muy marcados. Yo soy más de mi madre, tu abuela, que tenía las facciones más suaves. Es cierto, que tu tía, es un poquito excéntrica, pero eso se debe, a que vive muy a su aire al estar sola… bueno, con Tesis, que le hace mucha compañía - me explica mi madre, para aclarar mis dudas.
Yo, me paso el día observando a mi tía y a su gato. Ella es alta y gruesa, lleva una melena lisa, por encima de los hombros, llena de canas blancas y grises y se mueve por la casa tan silenciosa como un fantasma. Tesis le sigue a todas partes. Es un gato de pelo gris oscuro, poco amistoso, al que le brillan los ojos, en la oscuridad, como a los de una pantera. Es como una serpiente, cuando se mueve por entre las patas de las sillas de la casa, y cuando salta encima de algún mueble, parece como si se quedase flotando en el aire. La tía, Berta, no quiere que nadie entre en su habitación.

-No te preocupes, Clara, le dice a mamá, ya me ocupo yo, de tener el cuarto en orden. Si necesito algo te lo pediré-
Nuestra casa es de las más viejas de la playa y tiene las puertas muy gordas y las cerraduras muy grandes. Siempre que intento mirar por la del cuarto de mi tía, tiene la llave puesta por dentro y no puedo ver nada. Será para que no salga el humo de sus brujerías… Si pego la oreja a la puerta, oigo maullar a Tesis y hablar a mi tía, pero no entiendo lo que dice.

Muy temprano, cuando aún está saliendo el sol, yo la oigo como corre muy despacio el pestillo de la puerta. Me levanto y escondido de tras de las cortinas de mi ventana, veo a mi tía, llegarse hasta la orilla de la playa. Deja caer su enorme bata blanca y se queda con el bañador color gris brillante como el pelo de su gato. Entonces levanta sus gordos brazos hacía el sol y así está un rato, mientras Tesis da vueltas, misteriosas, al rededor de ella. Después, mi tía se mete en el agua y baila despacio. El gato se sienta en la arena y espera a que salga. Luego vuelve a casa y entra tan silenciosa como salió. Yo me meto en la cama y me tapo con la sábana hasta la cabeza. No me levanto hasta que oigo a mamá que se mueve por la cocina. Se lo he contado todo a mi madre y me ha dicho que no es un baile, que son movimientos de relajación.

- No seas tan curioso, Andreu, la curiosidad mató al gato. - ¿ A que gato ? Pregunto, pero no me ha contestado y me ha mandado a jugar con Rudo.

Si hablo con papá, no quiere saber nada del asunto, me rasca la cabeza y me dice que ya sabemos que, Berta, es rarilla, pero que no sea tan fantasioso y me manda a jugar con mis amigos.

He decidido no contarle estas cosas a nadie más. Bueno, si, a Rudo, él es el único que me presta atención. Así es que tenemos que preparar un plan para saber quién es, de verdad, la tía Berta.

De repente ésta tarde se ha montado una enorme tormenta. Mamá está preocupada porque su hermana no está en casa, ha ido al pueblo a comprar no sé que cosas… Papá para matar el tiempo ( que yo no entiendo muy bien lo que quiere decir ) se ha puesto a mirar su álbum de sellos y le dice distraído que ha Berta no le pasará nada.

- De todos modos me voy con el coche a buscarla, estaré más tranquila

- Como quieras...-  le dice mi padre y sigue con sus sellos.
Me voy a mi cuarto con el perro. Estoy aburrido...¡De repente tengo una idea!  Rudo y yo tenemos que aprovechar ésta ocasión para entrar en el cuarto de mi tía. La llave no está echada. Abro la puerta despacio... yo asomo la cabeza y Rudo el hocico. ¡ Puaj ! ¡ Que olor más asqueroso Nos tiramos para atrás, es igualito al de los caliqueños que fuma un amigo de mi padre. Mamá no soporta que venga por casa. Vuelvo a abrir la puerta. Esta todo oscuro, de pronto un rayo ilumina al habitación y el trueno hace temblar el ventanal. En medio del cuarto está Tesis, gigante como una pantera con un puro en la boca, echando humo. Se queda oscuro de nuevo. Rudo, gime bajito y yo tiemblo de miedo. Otro rayo vuelve a dar luz y el trueno rompe el ventanal. ¡ Los cristales vuelan por el aire...! Montada en el rayo con su melena canosa tirando fuego y sus ojos de sapo ,más saltones que nunca , la tía , Berta, se echa sobre mi chillando  ¡Te pillé, te pille, te pillé! Y los dos nos caemos al suelo…

-¡Mamaaá, mamaaaaá! ¡Socorroooo!

-¡Andreu! ¡Despierta! Te has caído de la cama. Solo ha sido una pesadilla-

Un paso hacia la ternura

Loreta, a mediados de aquel invierno, fue a parar al pueblo, para vivir con su tía Domitila. Era la única pariente que le quedaba a la niña después de que sus padres sufrieran un mortal accidente.

Doña Domitila era la tía abuela de la mamá de Loreta. Mujer enjuta, de facciones duras y ceño fruncido pasados los ochenta años . Era una auténtica solterona de las de antaño. No menos antipática y solterona era su doncella, Desederia, que llevaba con su señora cuarenta largos años, por lo que la lealtad que le profesaba era hasta la muerte.

Cuando Loreta llegó a la casa, tía y sobrina no se habían visto nunca y la pobre niña fue recibida sin ningún afecto por parte de las dos mujeres.

Desideria, la alojó en una habitación amplia, de paredes y visillos blancos y muebles antiguos y oscuros. Un armario, un sillón de mimbre, una mesilla de noche con una lámpara con forma de flor, una cómoda con cuatro cajones y una cama muy alargada cubierta por una colcha bordada con rojos rosetones y dos almohadas haciéndoles juego. Gracias a estos coloridos bordados, a la chiquilla, el dormitorio le resultó menos triste. Desde el ventanal, grande y cuadrado, se podían ver el jardín y las montañas, ya que la casona donde vivía su tía, estaba situada a cierta distancia del pueblo.

Desde el primer momento, Loreta, se sintió muy triste y muy sola en aquel caserón, donde su tía y Desideria se pasaban el día discutiendo. No había nadie de su edad con quien jugar , hablar y sentirse acompañada. Por las noches, la niña , escondía la cara entre las sábanas y lloraba y se preguntaba por que se había quedado tan sola en el mundo. Por las mejillas de la pequeña resbalaban lágrimas de saladas amarguras.

Había transcurrido más de un mes desde que Loreta llegara a su nuevo hogar, pero las cosas seguían como el primer día.

El buen tiempo ya anunciaba que estaba próxima la primavera. Las luces del día eran más diáfanas y el aire más cálido y perfumado, en el jardín comenzaban a abrirse algunas flores. Estas sensaciones de vida, ayudaban a que el corazón de la niña latiese esperanzado, empujando a la pequeña, para que feliz e ilusionada, se atreviese a hacerle una petición, que le rondaba por la cabeza, a su gélida tía.

- Tía, Domitila, me gustaría tener alguna niña con quien jugar, pero como vivimos separadas del pueblo, se que no va a poder ser hasta que empiece la escuela el curso que viene, así es que he pensado que podrías comprarme un perrito, que sea pequeño, muy pequeño, para que no te cause muchas molestias, sería un compañero de juegos para mi. Yo lo cuidaría y ni lo ibas a notar.

-¡ Un perro? ¿Pero que dices criatura? ¡Jamás a entrado animal alguno en esta casa! ¡Son sucios, ruidosos y malolientes! ¡No pienses en tal cosa!

-¡Eso mismo digo yo. Ya tengo más trabajo desde que tu has llegado ! gruñó Desideria, para que encima quieras que entre un animal a ensuciarlo todo!

-¡Desideria, usted se calla, nadie le ha pedido su opinión! bramó, doña Domitila. Haga el favor de volver a la cocina.

-¡Claro, después de cuarenta años de estar a su servicio no tengo ni voz ni voto! ¡Eso soy yo, el último mono en esta casa! 

A Loreta le hizo gracia esta afirmación, justo cuando estaban hablando de animales y soltó una risa, que cortó en seco en cuanto vio las miradas avinagradas de su tía y su fiel asistenta.

Después de esta escena desagradable, la pequeña se quedó muy desanimada. No podía vivir con aquellas dos personas tan insensibles parecían, de algún siglo muy lejano. No había televisión, ni internet, ni microondas, nada moderno, tan solo un teléfono de color negro en el que se marcaba metiendo el dedo en el agujero de cada número y se le hacía girar y una vieja radio llena de ruidos como si le crujieran las tripas. Loreta, se imaginaba el corazón de las dos mujeres seco negro y arrugado como una ciruela pasa.
Su madre le había contado, que su tía Domitila, había sido una chica muy rara. Se escondía en los rincones de la casa para estar apartada de la familia y en cuanto tenía oportunidad le echaba en cara a sus padres que le hubieran puesto un nombre tan horrible, que la hacía sentirse fea y rechazada, y que muchos años después de haber nacido ella, hubieran tenido otra hija, Lucinda, la que fuera abuela de Loreta. Al parecer estas circunstancias formaron todas sus desdichas, que se trasformaron en un circulo que la aisló, poco a poco, de toda afectividad. En aquel entonces, nadie en la familia reparó en ello y lo tomaron como chiquilladas de niña caprichosa. Pero estas cosas, que les parecieron tan simples a sus padres, le marcó la vida para siempre. Loreta, trataba de comprender, lo que de ninguna manera comprendía. La muerte de sus padres y por qué tenía que vivir con dos personas que no le demostraban ningún afecto.

Doña Domitila, se hacía cargo de su sobrina en lo más estrictamente necesario, la llamaba “niña” en un tono seco y despectivo y le dirigía muy pocas veces la palabra. Le rogó desde el primer día que no corriese ni alborotase en la casa. Si quería distraerse que saliese al jardín.

Loreta, a penas sonreía, comía muy poco y adelgazó mucho. Ya no tenían las mejillas el color sonrosado de su infantil edad de tan sólo nueve años. La pequeña, iba creciendo estirada como un palito.

Un día, Loreta, vio un gran paquete en la entrada de la casa, sintió curiosidad pero no preguntó nada, estaba segura de recibir una regañina por respuesta.

Después de la comida, Desideria, llegó arrastrando el paquete con mucho cuidado. - ¡ Ábrelo ! Le dijo su tía a la pequeña. La chiquilla comenzó a romper los papeles del paquete y su carita mostró un gran desconcierto cuando quedó al descubierto lo que el envoltorio cubría. ¡ Un enorme perro de cerámica sentado sobre sus patas traseras, con puntiagudas orejas y ceño fruncido!

-¡Niña! ¿No querías un perro? Pues te he comprado el más grande que había en los almacenes del pueblo. En tu cuarto tienes sitio de sobra para poder guardarlo.
Y la figura pasó a formar parte del mobiliario de la habitación de Loreta.

Esa noche, Doña Domitila y su asistenta, como todas las noches, sin saltarse una, se pasearon toda la casa, cerrando puertas, ventanas, husmeado en la despensa de la cocina y debajo de las camas, antes de irse a dormir. Al pasar por delante de la habitación de su sobrina y al observar que la puerta estaba entre abierta, la anciana, echó un vistazo por la rendija y vio a Loreta, sentada en el suelo, frente a la figura del horrendo perro. Lo contemplaba inexpresiva, pero no le pasaron desapercibidas, a su tía, dos gruesas lágrimas que resbalaban por las pálidas mejillas de la pequeña.

***

La primavera, entró, sin permiso y con gran alboroto, por ventanas y puertas, arrasando con su luz, su aroma y sus colores toda la tristeza que respirara aquella casa durante los meses de invierno. En el jardín de Doña Domitila, los pájaros trinaban sin cesar, las flores se abrían y los árboles vestían hojas de verde esmeralda. Todo en el ambiente era vida menos en la pequeña Loreta. Sus ojos habían perdido su brillo, ya no sonreía y la ropa se le escurría por su infantil figura.

Era el mes de julio. Hacía calor. Dentro de la casa se estaba muy fresco gracias a los gruesos muros conque los que la construyeron. Aquella mañana, hundida en un amplio sillón del comedor estaba Loreta, con su traje de color de rosa, los negros y rizosos cabellos que le caían desordenados sobre la cara, y su mirada perdida en el techo... era la imagen de una muñeca rota y abandonada. Su tía la había visto desde el vano de la puerta.

Ya era medio día. Habían pasado dos horas y Loreta seguía en la misma postura, unicamente que, tenía los ojos cerrados porque se había quedado dormida.
- ¡ Niña, despierta, aquí hay algo para ti ! - La zarandeó su tía sin grandes miramientos a la vez que Desideria, le puso un cesto cubierto con una servilleta encima de la falda.
La chiquilla desorientada y medio dormida apartó la tela que cubría el cesto… de pronto se le agrandaron los ojos y dio un grito de alegría, un gracioso perrito asomaba su cabeza y sus patitas.

Doña Domitila y su fiel Desideria, dibujaron en sus labios, algo semejante a una fría sonrisa. No se había producido ningún milagro, pero sin ellas saberlo, habían dado un paso hacia la ternura.

La perrita Regalá

La señora Dolores, caminaba una tarde, de regreso hacia su casa, ayudando a sus pasos con un bastón, cuando al doblar una esquina, vio a unos chicotes, dando patadas a un perrillo, que chillaba de dolor. La señora Dolores, ni corta ni perezosa, alzó la voz y levantando su bastón cargó contra ellos.

-¡Sereís sinvergüenzas! ¡Ya estaís marchando u os atizo garrotazo!
-A los chicos les cogió tan de sorpresa la reacción de la anciana, que salieron corriendo y voceando.
-¡Ahí te la quedas, vieja, pa ti toda, no la queremos ni regalá.

La señora Dolores, recogió al cachorrillo y lo llevo al veterinario, y resultó que no era un perro, era una perrita que no llegaba al año. Allí mismo, la buena mujer decidió el nombre que le iba a poner. Desde ahora te llamas Regalá.

A la señora Dolores se la veía muy feliz paseando por el parque con su Regalá; durante sus paseos ya no utilizaba el bastón, le bastaba con llevar la correa de su perrita y la cachorrita se ajustaba a los cortos y vacilantes pasos de su dueña. Muchas mañanas, la mujer, se sentaba a tomar una naranjada en la terracita de algún bar cercano a su casa. Regalá, se echaba a sus pies y se dormía con el calorcillo del sol.

La señora Dolores, y la perrita Regalá se hicieron muy populares en el barrio, todo el vecindario conocía la historia de como el animalito había llegado a la vida de la vieja Dolores.

Un mal día (en apariencia igual de luminoso y tranquilo que cualquier otro) mientras Regalá dormitaba a los pies de su ama, y esta esperaba su acostumbrado refresco, la señora Dolores, repentinamente, soltó un fuerte suspiro y se quedó muerta. La perra, como impulsada por un resorte, plantó sus patas delanteras en la falda de dueña y comenzó a ladrar como si se hubiese vuelto loca. Acudió la camarera y se arremolinó la gente. Alguien llamo a una ambulancia y se llevaron el cadáver de la mujer. Regalá seguía ladrando desesperada y las personas que se habían reunido en el suceso no sabían que hacer con ella. Al fin, una de las vecinas, aseguró que la anciana tenía un hijo… podrían llevarle a la perra y que él se la quedase.

Lina, una chica del barrio que charlaba con frecuencia con la señora y que acariciaba siempre a la perrita, dijo que ella se haría cargo del animalito hasta que supiera la dirección del hijo de la señora Dolores.

Pasados unos días, dio con la casa del hijo de la muerta y le llevó a Regalá. Abrió la puerta un hombre hosco. A la muchacha no le hizo mucha gracia dejarle a la perrita, pero como él la aceptó, no le quedó más remedio que entregársela.

Al llegar un día a su casa, Lina, se encontró a la cachorrita en el rellano de su piso, sujeta por la correa al pomo de su puerta.

Lina, adopto para siempre a Regalá, pero ya hace mucho tiempo que la perra dejó de llamarse así. Su joven dueña, le puso por nombre, Lola, en recuerdo de la señora Dolores.