El gigante de la montaña


La montaña dormía arropada por los árboles, insectos y animales que la poblaban que hacían que su sueño, de varios cientos de millones de años, fuera profundo y placentero. El sol, la lluvia, la nieve, el aire ,las nubes, las tormentas, todas estas cosas, conjuntamente con ella, formaban una cadena de acontecimientos naturales y perfectos.

Pero en las faldas de la montaña, justo al pie de sus laderas, unos hombrecillos (que parecían inofensivos) se movían con mucha actividad. Estaban construyendo unos toscos caminos. El gigante de la montaña los veía cuando entreabría, ligeramente, sus grandes ojos cargados de sueño. No les concedía importancia alguna a aquellos pequeños “insectos” que para él, a semejante distancia, no eran otra cosa que insignificantes hormigas que iban y venían incansablemente, y seguía durmiendo su interminable siesta de incontables millones de años.

Todos aquellos rústicos caminos se fueron agrandando convirtiéndose en sencillas carreteras, que al paso del tiempo se fueron quedando pequeñas y estrechas, porque los “inofensivos” hombrecillos iban inventando nuevos artefactos cada vez más grandes y en mayores cantidades.

El gigante de la montaña de nuestra historia, continuaba sesteando tranquilamente. Hasta aquellas latitudes donde él tenía su casa, no llegaban los atronadores ruidos de las máquinas escarbadoras, ni los estruendosos sonidos de los camiones, ni el ¡“zás”! , ¡”zás”! de los coches que circulaban a muchos kilómetros por hora, ni el traqueteo de los trenes de alta velocidad. Nada turbaba la paz en aquellas alturas donde él residía. El gigante de piedra dormía boca arriba con los brazos en cruz y las piernas abiertas. Así se sentía cómodo. Era una parte tan perfecta de la montaña que  él era la montaña misma.

Pero sigamos con los pequeños seres llamados hombres que, aparentemente, parecían inofensivos. Su audacia aumentaba. No estaban contentos con agrandar sus caminos y decidieron acortar distancias entre sus pueblos y sus ciudades agrediendo a las pacíficas montañas. Algunas fueron heridas de muerte partiendolas por la mitad con potentes explosivos y otras, como la de nuestro dormilón gigante, al ser tan grandes y extensas decidieron vaciar sus entrañas, para hacer largos túneles de muchos kilómetros.

Cierto día muy temprano, llegaron a las faldas de las montañas un ejercito de camiones y máquinas capitaneados por otro ejercito de esos seres que ya hemos nombrado varias veces, los humanos, y sin el más mínimo miramiento comenzaron a vaciar la montaña haciendo enormes destrozos aquí y allá, por este lado y por aquel otro. Tan tremendos fueron las heridas contra sus costados que el gigante comenzó a despertar. 

Naturalmente de un sueño tan profundo y de tantos milenios no se podía espabilar la montaña en un abrir y cerrar de ojos. Así pues, despertarse, le costo al gigante de piedra algunos años. Mientras tanto los hombrecillos, totalmente confiados, continuaban sus trabajos de destrucción y seguían obstinados en sus ambiciosos proyectos de “poder”. Nunca pensaron que desatarían la ira de la montaña.

Pasaron días, meses y años y un día el gigante se despertó. Abrió sus gigantescos y redondos ojos y vio al instante claramente lo que sucedía allá abajo. Montó en cólera y se revolvió con furia en su lecho de piedras. Como el sonido de mil cañonazos, oyeron los hombres, aterrorizados, retumbar a la montaña. Árboles piedras y rocas descomunales caían al abismo rodando vertiginosamente. Enormes pedruscos rebotaban y se golpeaban unos a otros como feroces competidores en un loca carrera por llegar el primero, arrasándolo todo a su paso. Los animales corrieron despavoridos. Las aves volaron lo más alto que pudieron y los pobres hombrecillos y sus máquinas quedaron sepultados por aquel amasijo de escombros deformes acompañados de una espesa nube de polvo...Esta tremenda catástrofe apenas duró algunos minutos. La Naturaleza protestaba ante tanto ultraje y dejó constancia de su poder y su fuerza. Después el gigante de piedra se aquietó, tomó su postura favorita para dormir y se olvidó de todo lo sucedido.

Ya habían transcurrido algunos meses desde que ocurriera este terrible suceso. Parecía que ya nada iba a interrumpir la bonanza de la montaña, cuando regresaron de nuevo los diminutas criaturas que ya estaban maquinando, en sus codiciosas mentes, nuevos desmanes.

El gigante de piedra entreabrió los ojos y suspiró
-¡Ah! juraría por los montes más altos, que estos humanos son unos cabezas huecas!- Y al instante se quedó, en apariencia, profundamente dormido. Fin

                                   Ávila 10 agosto 2009

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