Tania y Nevado


En el País de las Nieves, en medio de la fría y blanca llanura había una linda casita habitada por un matrimonio y su pequeña hija Tania de seis años.
Tania era dichosa con sus padres que la querían muchísimo pero se sentía muy sola porque no tenía con quién jugar.
Todas las mañanas salia a la blanda soledad de la llanura y con sus manitas enguantadas construía figuras de nieve pero terminaba cansándose pronto y los días se le hacían muy largos. Deseaba con mucha ilusión tener algún animalito con quien compartir sus juegos.
Un día, Tania, decidió andar un poco mas lejos de lo acostumbrado esperando descubrir algo diferente, y ciertamente esto es lo que le sucedió.
De pronto vio una gran bola de cristal brillante y trasparente que descendía hacia ella y cuando estuvo a su altura se abrió y salió la bellísima Reina de las Nieves.
.- Te traigo un regalo, pequeña Tania, para que tengas con quien jugar y no te sientas tan sola.- Y puso en sus pequeñas manos un precioso conejo blanco. Después de esto entró La reina de las Nieves en su brillante burbuja y se elevó hacia el cielo de donde había bajado.
Tania con su conejito en los brazos regresó a su casa saltando y brincando de alegría. Cuando les contó a sus padres lo sucedido los tres miraron hacia las alturas y dieron gracias a La Reina de las Nieves por tan hermoso obsequio.
Tania y su conejito fueron inseparables. La niña le puso el nombre de Nevado porque su abundante y brillante pelo semejaba una capa de nieve.
Nevado era su confidente, su amigo y llenaba la soledad de su infantil corazoncito.
Pasaron algunos años y Tania se iba convirtiendo en una mujercita, por lo cual sus padres comprendieron que era necesario dejar el País de las Nieves e ir a vivir a algún valle mas cálido y acogedor, donde su hija y ellos mismos pudiesen convivir con otras personas.
Un buen día, ya próxima la estación de la primavera, emprendieron camino hacía aquella zona prometedora de verdes prados y dorado sol.
Durante el viaje, Tania, le hablaba incansablemente a su conejito. Estaba muy nerviosa y excitada, era su primer largo recorrido.
Nevado, por momentos, parecía menos vivaracho; el brillo de sus inteligentes ojillos se iba apagando y su sedoso pelaje se oscurecía a medida que se alejaban de la fría llanura, y se iba percibiendo un ligero bochorno que aumentaba a medida que avanzaban por la polvorienta carretera.
Tania con Nevado entre sus brazos, no se daba cuenta de la debilidad de su conejito pues se hallaba embobada mirando el cielo azul con aquellos destellos dorados que comenzaban a calentar ardorosamente.
De pronto la joven sintió una sensación tan fría como la nieve entre sus manos, y su ropa mojada. El buen Nevado se había convertido en una figurita de transparente hielo que se estaba derritiendo rápidamente.

Tania, lloró amargas lagrimas que se mezclaron con el agua pura y cristalina que se derramaba hacia el suelo, y rápidamente comprendió que, Nevado, había cumplido su misión y regresaba al País de las Nieves donde le esperaba su Reina.

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