A Elena,
mi madre, que fue dulce y hermosa por fuera y por dentro.
Los
amaneceres primaverales resultaban fresquitos, para espabilar y
recibir al nuevo día con optimismo, las mañanas y los medios-días,
más bien calurosos y por las tardes y la noches el aire se volvía
gratamente fresco para reavivarnos de los calores matinales y
propiciarnos dulces sueños.
Elena
se sentía feliz. Aquellos días eran para ella los mejores del año.
La incipiente primavera se colaba a través de las puertas abiertas
del balcón de su comedor. La ligera gasa de la cortina blanca,
ondeaba al compás de un airecillo cálido y perfumado de azahar, que
llenaba toda la estancia. Los rayos del sol, tamizados por el
cortinaje, proporcionaban un color nuevo e irisado a las paredes de
la habitación. Estaba cómodamente sentada leyendo una novela que la
tenía absorta de puro misterio, y aún así, podía sentir en todo
su cuerpo éstas maravillosas sensaciones que le regalaba la
naturaleza.
Un
pequeño sonido le hizo levantar la cabeza de la lectura, parecía
como que algo hubiese caído, ¿ pero dónde ?
Miró
hacía todos los lados y no vio nada. Agudizó el oído. En el balcón
algo sonaba y se movía. Apartó el visillo y vio en el suelo una
golondrina que se debatía por salir volando .-¡Pobrecilla!- La
recogió con sumo cuidado y formando una especie de nido con sus
manos para que no forcejease y se lastimase mas, la entró en la
casa.
Tenía
un ala maltrecha a causa del golpe, seguramente se había extraviado
y atolondrada había chocado con la pared de la fachada. Por suerte
para la golondrina Elena estaba allí. La curó durante muchos días.
No era fácil cuidar un pajarillo tan desvalido y frágil, requería
muchas dosis de paciencia y mimos que ella no escatimó. Cuando se
cercioró que ya estaba curada del todo y lista para volar, la sacó
al balcón le dio un suave beso y la impulsó ligeramente hacia
arriba para hacerle mas fácil el batir de sus alas. Elena se sentía
triste por separarse de la avecilla y dichosa por haberla salvado.
Habían sido unos días de sentir entre sus manos el cuerpo diminuto
de suaves plumas, que temblaba y se le aceleraba el corazón cada vez
que ella lo acariciaba con suma ternura. No tenía derecho a
retenerla por más tiempo; la libertad reclamaba que la golondrina
fuera dueña de su vuelo y de su vida.
Habían
pasado un par de días desde que soltase a la pequeña ave. Elena
estaba sentada con su lectura en el sitio de costumbre cerca del
balcón, que esta vez tenía ligeramente entreabierto. De pronto oyó
un pequeño tintineo en el cristal. Se quedó suspensa... se levantó,
apartó con suavidad la cortina y en ese momento vio una golondrina
que levantaba el vuelo. Se quedo absorta mirándola.-Si, no cabía la
menor duda , la reconocería entre mil “era su golondrina”.
Comprendió de pronto que aquel ruidito del cristal había sido un
picoteo para llamar su atención. Al bajar la vista no daba crédito
a lo que veía en el suelo. Una pequeña y preciosa flor de un rojo
intenso.
A
partir de aquel día, Elena, esperaba con impaciencia cada año la
entrada de la primavera, sabia que con el regreso de las golondrinas
no le faltaría una roja y pequeña flor que expresaba la grandeza de
una eterna gratitud.
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