En
las aldeas y pueblos de antaño los sencillos lugareños disfrutaban
escuchando los cuentos y leyendas de charlatanes y mendigos que iban
de aquí para allá entreteniéndoles con sus relatos fantásticos.
Aquellos trovadores de la mendiguez derrochaban imaginación y se
transformaban en virtuosos actores cuando narraban historias y
hazañas.
En
el momento que se anunciaba al vecindario, de viva voz, la presencia
de un desarrapado, acudían a la llamada, jóvenes y viejos,
muchachas, ancianas y madres con sus criaturas, ha presenciar el
espectáculo. Durante algunos momentos aquellas personas vivían las
aventuras y enredos de ilustres personajes, que les hacía olvidar
sus mediocres vidas.
En
aquel entonces, una vieja pordiosera, se hizo muy requerida por el
populacho. Sus historias de lujosos palacios con inmensos y suntuosos
salones artesonados, donde se celebraban bailes y encopetados
festejos, alumbrados por lámparas y candelabros que portaban cientos
y cientos de velas, la música alegre y armoniosa que invitaba a
bailar a las parejas, la gracia y elegancia de las damas cuando
danzaban, y que al girar en graciosas vueltas hacían que sonase el
susurrante secreteo de sus faldas de finas telas.
La
vieja a medida que iba contando todas estas historias de ensueño,
parecía que se transportaba a aquellos salones. Tarareaba con bonita
voz una melodía y bailaba con pasos gráciles y llenos de
distinción. La gente le aplaudía y le dejaban unas monedas después
de su representación. Siempre había alguna persona que le decía.-
Si no fuese por tu aspecto miserable cualquiera diría que tu también
hubieses formado parte de esos bailes y lucido esos vestidos tan
lujosos ¡ Claro está que eso fue imposible ! La vieja sonreía
humildemente y recogía las monedas del suelo y a medida que se
alejaba del lugar siempre se hacia la misma pregunta : ¿ Quién la
hubiese creído si dijera que era su propia vida la que contaba ?
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