La pastilla de jabón

Eran las nueve de la mañana de un bonito y soleado día. La joven Marieta, con su cesto de ropa sucia, caminaba muy ligerita por la vereda que conducía al río. Su abuela le había dado un buen trozo de jabón que ella misma hacía con las sobras de los aceites de cocinar. La pastilla de jabón era cuadrada, compacta, áspera y sin olor. Una pastilla dispuesta para triunfar en muchas y duras batallas contra las manchas. La pastilla de jabón estaba muy nerviosa, porque se iba a estrenar esa mañana.

-¿Qué sensaciones sentirá mi cuadrado cuerpo cuando me froten por la ropa? ¿Qué será el agua? ¿Será áspera como yo? ¿Será suave y perfumada? Y de esta forma se hacía una y mil preguntas metida entre sábanas y fundas, esperando con impaciencia el comienzo de su nueva vida.

Marieta bajaba ya por el caminito que iba derecho al río. Muy cerquita del agua, que corría fresca y transparente, dejó el cesto, cogió una prenda de ropa, la extendió sobre las piedras y con la pastilla de jabón comenzó a frotarla con mucha energía, tanta que la pobre empezó a marearse.

-Con estos mareos no había contado yo (se decía toda aturdida) Seguramente estos restregones formaran parte de la nueva vida que acabo de emprender. En fin... todo será cuestión de acostumbrarse.

Los brazos de Marieta eran fuertes y sus dedos muy ágiles, así pues cogiendo de nuevo el jabón esta vez lo sumergió, sin la más mínima consideración, en las frías aguas del río. 

-¡Horror de horrores, glub... glub... esto es aun peor que lo otro -se decía la pobre pastillita atragantándose y al instante siguiente, de nuevo rasca que te rasca...- 

¡Aquello siempre era lo mismo, que vida tan aburrida le esperaba, ella que la suponía llena de emociones y hasta ahora solo eran restregones y sustos. Aquel día la colada ya estaba hecha y Marieta volvió a casa con la ropa muy limpia y la pastilla de jabón algo menguada  y muy mohína pues no había sido muy alentadores sus comienzos.

Pasados unos días, Marieta volvió a cargar su cesto con ropa y metió también la pastilla de jabón, que no se puso nada contenta porque esperaba que sucediesen las mismas cosas del primer día. Y así sucedió. Fue frotada y sumergida, pero ya todo esto no le vino de nuevas, por lo cual se puso muy contenta, porque ya no sintió mareos ni se ahogaba. Los restregones le resultaban muy divertidos y el agua era tan transparente que podía ver el fondo lleno de piedrecitas de colores y hasta algunos pececillos curiosos se le acercabany luego desaparecían tan rápidamente como habían llegado.

El calor del sol, de aquella mañana fue su aliado, gracias a él no se fue deshaciendo sobre la piedra en donde lo dejó la mano de Marieta durante un buen rato. De regreso estaba muy contenta porque había disfrutado mucho con todas las cosas que al principio le parecieron desastrosas.

Guardada en la rústica alacena, la pastilla de jabón estaba muy deseosa de volver al río porque sabía que le iban a suceder nuevas y estupenda experiencias. Se había dado cuenta de que un día nunca es igual a otro por mucho que se parezcan y ella estaba dispuesta a sacar el máximo provecho de esta circunstancia. Algo le decía que antes de consumirse totalmente, correría grandes aventuras.

Los días se le hacían eternos en aquel armario, pero al fin se encontró envuelta dentro de la ropa y caminito al río. La mañana había sido tranquila, y la ropa ya estaba limpia. Marieta cogió el jabón, pero se le escurrió por entre los dedos y cayó al agua donde comenzó a hundirse. La muchacha miró con indiferencia como se sumergía y encogiendose de hombros emprendió el camino de vuelta a casa.

-¡Este es mi fin! -pensó la pobre pastillita-.

Notó de pronto que algo la impulsaba para arriba y se encontró recogida por la corteza de un árbol, que seguía el curso del agua, que a cada instante se iba haciendo más rápido y caudaloso. La corteza se fue ladeando hacía la orilla hasta que chocó con la raíz de un  tronco donde un pajarillo azul flauteaba, el pajarito asustado levanto el vuelo y la pastilla a su vez salió disparada por el aire y fue a parar a la cabeza de una vaca que pastaba, pacíficamente, cerca del agua. Sorprendida la bestia levantó su cabezota y con fuerza la lanzó a la charca donde un enorme sapo, de terroríficos ojos saltones, que viéndola volar pensó que era un insecto y estirando, tanto como pudo, su viscosa lengua la atrapó pero al instante se percató de que no era comestible y la escupió con tan buen tino que fue directa al río, pero no cayó al agua. Su aterrizaje fue suave. Había caído encima de algo terso, con forma de una cáscara de nuez, pero con un intenso color verde que resultó ser una hoja que giraba incansablemente sobre si misma.

-¡De nuevo la suerte me acompaña! Aunque he pasado grandes apuros no me puedo quejar. De todos modos, el porvenir no me parece muy alentador. Con tanta agua que me queda por delante no tardaré mucho en deshacerme sin pena ni gloria y, la verdad sea dicha, me gustaría tener un final más glorioso. 

Así eran sus reflexiones porque se daba cuenta que ya era una pastilla bastante más pequeña y que sus bordes cuadrados se habían redondeado. No obstante era animosa y esperaba algo especial para cuando finalizaran sus días y con estos pensamientos ilusionados se dispuso pacientemente a esperar los nuevos acontecimientos. Mientras tanto la hoja había dejado de dar vueltas y navegaba en aguas más tranquilas siempre hacia adelante.

La pastilla de jabón había tenido un día muy ajetreado y estaba tremendamente cansada. Se respiraba una profunda paz. Cantaban los pájaros, el murmullo del agua. Todo se iba quedando lejano... muy lejano... la pastilla de jabón se quedó profundamente dormida.

Un atronador ruido la despertó. ¿ Dónde estaba ? ¿ Qué estaba ocurriendo ? Llena de espanto se dio cuenta de que las aguas estaban terriblemente revueltas y que su ligera embarcación se precipitaba irremisiblemente al vacío de una espumosa cascada. Y allá fueron la hoja y la pastilla, dando tumbos y volteretas entre las turbulentas aguas hasta caer en un remanso que fluía alegremente hacia el mar. Cayó la hoja y encima de ella la patilla.La hoja se había roto por un lado y la pastilla era un trozo de jabón aplastado 
 que cabía perfectamente en el hueco de la mano de un niño.

Siguieron navegando sin separarse la una de la otra, hasta que el resplandor del sol las cegó. Una pequeña ola las enrolló con su espuma y jugueteó con ellas y cuando se cansó las lanzó mar adentro. La pastilla de jabón se sumergía en un remolino de burbujas cuando un pez gordo que nadaba por allí decidió tragársela sin pensárselo dos veces. No habían pasado dos minutos cuando el pescado notó que su barriga comenzaba a hincharse y tenía la urgente necesidad de sacar su cabeza del agua para expulsar la extraña comida que se había tragado. Subió rápidamente a la superficie y abriendo la boca se quedó asombrado, al ver lo que de ella salía. Una globo que se iba haciendo cada vez más grande... más grande... Se convirtió en una bola enorme que tenía los destellos del sol y los colores del arco iris.

La pastilla de jabón trasformada en esta luminosa burbuja exclamó llena de alegría - ¡ Jamás pensé que terminaría mis días con un final tan espectacular y glorioso ! - Con un profundo suspiro de satisfacción explotó en diminutas chispas de sal, que se unieron, para siempre jamás, con las olas del mar.

5 comentarios:

  1. Que imaginación mas fecunda, Enhorabuena.

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    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. ¡ Hola Marcos ! Gracias por tu pronta visita a mi blog y por tus agradables palabras.
      Si te gustan los cuentos y también los relatos cortos puedes encontrarlos en entradas antiguas, para mi será una alegría saber que los vas leyendo.
      Saludos de Carmen.

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  2. No encuentro regisro para seguir tu blog.

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    1. Mi blog, está incompleto todavía. Poco a poco iré añadiendo algunas cosas. El tuyo me ha gustado mucho y también como escribes y lo proyectas . Tomaré nota de él como referencia.
      Saludos de Carmen.

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