No
se sabe como surgió aquella florecilla silvestre entre las blancas y
regias rosas. Su
tallo era esbelto de verde tierno, sus hojitas chispeaban con
los rayos del sol, los pétalos de suaves lineas, simulaban corazones
de color rojo intenso y palpitante ¿y su corazoncito de polen ? ¡Era
mas brillante que el oro!
¡Ah!...
Pero Florecilla no estaba contenta con sus vistosos colores, se
sentía infeliz en aquella hermosa primavera en que había nacido.
¡Era tan poca cosa al lado de aquellas flores llenas de perfume, tan
majestuosas y apreciadas ! ¡ Ni tan solo tenia esos tallos tan
fuertes y gruesos ! Bien era cierto que también tenían espinas,
pero eran tan delicadas sus flores... su aroma el más suave, sus
colores los más bellos. ¿Por qué había nacido, injustamente,
entre todas ellas?
¡
Necia florecilla ! No sabia disfrutar de lo mucho que tenía. El
tiempo se le escapaba como arena entre sus hojas, en tontas
lamentaciones. Poseía una belleza única e irrepetible. Ella absorta
en sombríos pensamientos, no aspiraba el aire suave que la mecía y
oxigenaba, no sentía en sus pétalos los destellos luminosos y
acariciadores del sol que comenzaba a nacer, no se percataba del
rocío de la mañana que la perlaba, ni del perfume de mil flores,
silvestres como ella, que embriagaban la placidez del jardín que la
cobijaba.
Todas
las mañanas pasaba el jardinero y cortaba rosas de aquí y de allá
formando lindos ramos que se llevaba a la casa para adornarla, pero
nunca parecía darse cuenta de que ella existía.
Florecilla,
ansiaba cada vez más pertenecer a alguno de esos ramos porque eso
no solo era privilegio de las flores escogidas, era también el
premio máximo, poder lucir en preciosos jarrones y servir de adorno
donde todos la viesen.
Y
así con esa tristeza que sentía fue pasando el tiempo.
Una
vez más, sin saber como, surgieron otras flores igualitas que ella,
que llenaron de vistosidad y colorido aquel rinconcito entre las
blancas rosas.
Aquella
mañana ,como todos los días, el jardinero paso de largo ignorando,
aparentemente, a las silvestres flores, pero al momento volvió sobre
sus pasos, había reparado en aquel rojo ramillete de encantadoras
florecillas.
Al
poco rato regresó con un bonito recipiente de cristal que depositó
en el suelo. De su delantal sacó unas afiladas tijeras y con ellas
fue cortando uno por uno los tallos de las flores, la última fue
Florecilla; sintió un agudo y repentino dolor , pero pensó que
valía la pena, no era nada aquella punzada comparable al éxito que
la esperaba. ¡Al
fin alcanzaba lo que tanto había deseado!
Cuando
el jarro estuvo lleno de agua y el jardinero introdujo sus verdes
tallos, Forecilla, experimento un gran alivio y su corazoncito de
sabia bombeo de nuevo con energía.
Miró
a su alrededor, justo estaban frente a un espejo que las reflejaba.
¡Que lindas se veían!
El
día fue transcurriendo y florecilla languidecía...notaba mucho
calor. No había brisa suave, ni luz que la acariciase, no sentía
las refrescantes gotas del rocío que la reanimaban. El intenso
perfume que despedían las rosas la sofocaba ...
¡Tarde
se daba cuenta de su gran error! ¡Cuanto había perdido a cambio de
tan efímera gloria!
Como
lágrimas sin consuelo fueron cayendo sus pétalos. De Florecilla,
sólo quedó un triste tallo, lacio y humillado.
Madre mía, cuantos mensajes serían aplicables a nuestra realidad, la vanidad que nos mata, la envidia, el no disfrutar nuestra propia vida, el afán de protagonismo; haces reflexionar con tu sutíl leguaje.
ResponderEliminar¡ Hola, Marcos ! Gracias nuevamente por tu visita.
EliminarSi, el cuento, tiene muchos mensajes, ni más mi menos que los que nos trasmite la vida día a día, pero que no los vemos con una claridad tan meridiana.
Saluditos de
Carmen.