Rosablanca y Azucena



Rosablanca y Azucena 


Allá por los años de Maricastaña, vivían en un enriscado castillo dos princesas que eran hermanas.
Sus nobles padres mandaron bautizarlas con los hermosos nombres de, Rosablanca y Azucena, por el delicado color de su sedosa piel, el día de su nacimiento.
Bien es sabido, por toda persona, que los recién nacidos por muy feos que sean, para sus padres, son las criaturas más agraciadas y perfectas del mundo, y de este modo veían los Reyes de aquel país a sus princesitas, que eran tremendamente feas y con escasas virtudes.
Llegado el momento de buscarles esposos a sus jóvenes hijas, ni rey ni la reina encontraban monarca, príncipe, caballero, o doncel que se acercase a solicitar la mano de ninguna de ellas. Su fealdad, mal carácter y su despotismo habían transitado las fronteras de unos a otros reinos.
Los Reyes sumamente preocupados convocaron a los magos y a los sabios más ilustrados. Estos, deberían encontrar algún hechizo, pócima o magia para reparar la  fealdad y el mal carácter de sus amadas hijas. Sus altezas reales, las princesas, debían de casarse en la menor brevedad de tiempo. Era un deshonor para la casa real que se quedasen solteras.
-Encontrad una pócima para el rostro de mis hijas, que endulce sus facciones- les proponía el Rey.
-Quizás algunas gotas de aguas azules y cristalinas que agranden sus ojos y les den brillo a sus pupilas- les  apuntaba la Reina, con rostro compungido, a los magos.
-Tal vez un hoyuelo en la barbilla les diese un aire más juvenil-  Insistía el Rey. 
-¡Unos copos de fresca nieve para que sus narices se afilen un poco y sean graciosas! He oído decir que el frío contrae y disminuye el grosor de la carne, naturalmente, aplicándoles los toques mágicos de los cuales disponéis- sugería una vez más la Reina.
Pero nada se podía hacer y los monarcas no sabían   corregir la ira, la avaricia y la vanidad de sus insolentes y caprichosas hijas, que les amargaban su Real vida.
Los Magos y los Sabios se tornaban majaretas probando toda clase de brebajes y conjuros. Ni la más pura y eficaz magia blanca surtió efecto alguno. Las princesas continuaban siendo igual de feas e insoportables.
Transcurría el tiempo y mientras los Reyes se consumían de impaciencia, Rosablanca y Azucena despotricaban en contra de los sabios y los magos exigiéndoles a sus progenitores que los desterrasen al más lejano de los desiertos.
Al fin,un buen día los Sabios propusieron a los Soberanos una última solución.
Las princesas deberían de bajar solas, aquella misma noche de luna llena, desde el castillo hasta las charcas de los sapos, ranas y renacuajos, porque solamente uno de estos animales de ojos saltones, era un hermoso príncipe que se hallaba en estado de encantamiento, a causa de la envidia y la magia negra de una perversa bruja, por tanto, sólo una de sus hijas se libraría de quedarse soltera.
Cada una de las princesas cogería un vaso de latón para atrapar una rana y cuando regresasen al castillo y las soltaran, el príncipe sería desencantado, recobraría su personalidad y se casaría con la princesa que lo hubiera atrapado en su recipiente.
Rosablanca, se negó a llevar un vaso tan burdo como el latón, y cogió uno de plata con incrustaciones de piedras preciosas. Azucena cogió el de latón porque era más ligero de llevar y deseaba seguir los consejos de los sabios, dijo con sumisión, pero su humildad era fingida, ella hubiese preferido un vaso de oro, pero de este modo pensaba tener mas méritos para encontrar al príncipe.
Bajaron por los peligrosos riscos las dos princesas, que vestían todas engalanadas y enjoyadas como si fueran a una fiesta, dando traspiés, rompiéndose las faldas y con riesgo de romperse también, sus soberanas cabezas. Al fin llegaron a las fangosas charcas iluminadas por el resplandor de la luna, donde las ranas, sapos y renacuajos, saltaban y croaban produciendo un ensordecedor ruido. Las princesas a su vez chillaban histéricas salpicadas de barro hasta las cejas y a punto estuvieron de pelearse por atrapar el mismo renacuajo. Tantas contrariedades les hizo serenarse un poco para recordarse, la una a la otra, que era su única oportunidad de desposarse. Comenzaron por quedarse quietas observando a los animalejos que eran flacuchos y descoloridos. Rosablanca descubrió de pronto, subida a un terrón, una rana muy gorda y de reluciente color verde -Ese es mi príncipe, pensó, he hecho bien al coger un baso de plata, el príncipe se sentirá satisfecho por haber sido rescatado con un recipiente ostentoso- y sin pensarlo más  ¡Plaf! la atrapó.
Azucena mientras tanto dudaba, todas le parecían igualmente despreciables.  
-Decídete hermana, que yo ya tengo la mía y como tardes comenzaré a subir el acantilado- Le apremió Rosablanca.
Azucena, se decidió por una rana verdusca y flaca que tenía un anca enganchada en una piedra -Esta es la que me llevo, me da verdadero asco, pero como nadie conoce mis pensamientos, seré la agraciada por mi generosidad- y con estos maliciosos propósitos, aprisionó a la ranita con su baso de latón.
Subieron, las principescas jóvenes, hacía el castillo, agarrándose a las peñas y a los pedruscos, que se desprendían rodando montaña a bajo, torciéndose los pies y llenándose de moratones y de arañazos, pero todo esfuerzo valía la pena porque cada una de ellas estaba segura de que en su vaso se encontraba el príncipe de sus sueños.
Llegaron a las puertas del castillo sin aliento y llenas de harapos, desgreñadas y algunos restos de joyas enganchadas en lo poco que quedaba de sus lujosos vestidos. Los reyes, los magos y los sabios las esperaban ansiosos. LLénos de expectación y sin dejarlas tomar aliento, incitaban a las princesas para que volcasen sus cuencos. Las dos hermanas pusieron sus vasos boca abajo en el suelo... un gordo sapo y una escurrida rana no se movían, estaban paralizados de espanto, de manera que sus altezas Rosablanca y Azucena, como locas, las empujaban y les chillaban -¡Recobra tu cuerpo de príncipe, animal asqueroso!- 
Al fin la rana y el sapo cansados de tanto trajín, con un elástico salto, salieron disparados por una ventana para caer al foso del Castillo donde vivieron muchos años, obsequiando con su estridente croar a toda la familia real, ya que las princesas se quedaron solteras, rabiosas y feas para siempre jamás. 
                             Fin

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