El bosque diminuto




Flip era un duendecillo que vivía en El bosque Diminuto del país de Más Allá. Sus pequeños habitantes eran muy felices pues tenían un gran corazón y no había envidias entre ellos.
Flip era apreciado por todos sus convecinos, pero tenía un gran defecto que sobresalía mucho en aquella comunidad tan activa y trabajadora. Era un duende perezoso. Hasta su aspecto lo demostraba. A diferencia de los demás duendecillos era gordinflón y no podía, tan siquiera, abrocharse la chaquetilla roja que llevaba puesta a causa de su prominente barriga. De los tres botones que tenía su chaqueta, solo tenía pasado el del centro, que parecía le iba ha estallar de un momento a otro. Sus orejitas puntiagudas resultaban algo grotescas, infladas y tremendamente rojas, y no hablemos de sus alas, no eran ni brillantes ni transparentes. ¿Y todo eso por qué? A causa de su gordura provocada por su gran pereza. Su única ley era la del mínimo esfuerzo. Y así le iban las cosas...pero él se creía feliz. Y para terminar su atuendo usaba botitas verdes, unos calzones cortos azules y un gorrito amarillo y puntiagudo, lo que le daba un aspecto verdaderamente gracioso y divertido.

Hacia algunos recados para la comunidad, pero no demasiados, porque le resultaban muy fatigosos y aburridos. Por estos encargos le recompensaban con algunas galletas, trozos de queso y pan y algún que otro pastelillo de azúcar y canela que se comía inmediatamente con mucha glotonería. Con esas cosas se conformaba, porque según sus propios argumentos, moverse demasiado le podía hacer enfermar.
Su casita era una autentica ruina. La silla estaba desvencijada, la cama hundida y las sábanas revueltas. El polvo lo invadía todo y el único cuadro que tenía sobre la chimenea, pendía de un clavo oxidado a punto de caer y estrellarse contra el suelo.
Durante la primavera y el verano, su único trabajo era recoger ramitas de leña para que no le faltase un buen fuego durante el invierno, pues era muy friolero y durante esos meses nevaba y hacia muchísimo frío.
Delante de su casita tenía un terrenito abandonado y lleno de hierbajos que daba verdadera pena. En todo el bosque era el único trozo de tierra que sobresalía por su desaliño Porque el diminuto pueblecito era un esplendoroso vergel muy cuidado por los trabajadores
duendes que lo habitaban.
Cierto día en que el duendecillo, Flip, deambulaba de aquí para allá buscando la sombra de un árbol donde dejarse caer para dormitar, vio en el suelo una bolsita dorada; la recogió y con mucha curiosidad la abrió y se encontró que estaba llena de diversas semillas. Supuso en seguida que sería de alguno de sus vecinos que la habría perdido, así es que decidió que, después de echar un sueñecito, iría ha preguntar por las casitas haber a quién podría pertenecer y devolverla .Cuando despertó, se desperezó y cogiendo la pequeña bolsa, fue de casa en casa mostrándola, pero resulto que no le pertenecía a nadie.
La llevó a su vivienda y la dejo en la polvorienta repisa de la chimenea, pero cada vez que pasaba por allí, parecía que el color dorado de aquel saquito brillaba con más intensidad. Lo abrió y se quedó pensativo con aquellas semillitas en la mano... De pronto decidió que no sería mala idea sembrarlas en su huerto y tan poco le supondría tan gran esfuerzo.
Rebusco en el arcón de los trastos olvidados y al fondo encontró una azada. No lo pensó más.-¡Manos a la obra!-Removió la tierra, quitó los hierbajos, hundió en ella las simientes y luego...¡Tuvo que volver al cáos de los trastos! Esta vez buscaba una regadera, que resultó que, también, estaba al fondo de aquel cajón, que cada vez parecía que  le iban aumentando los cachivaches. ¡Al fin pudo regar!
¡Qué diferencia! Flip, se asombró del cambio que había dado su pequeño huerto. La tierra limpia esponjada y húmeda, parecía que le daba las gracias. El rechoncho cuerpecito de Flip empezó a notar un cosquilleo de satisfacción y esa noche se fue a dormir con un regustillo de felicidad que no había experimentado nunca.
A la mañana siguiente se levantó más temprano que de costumbre y fue a ver su parcelita ¡No lo había soñado. Él era el artífice de aquel resplandor! A Flip le parecía que la tierra brillaba, tan emocionado se sentía. Además no me siento ni pizca de cansado-pensó- y puesto que hasta el anochecer no volveré a regar el jardín, será una buena idea asear un poco la casa. Ésta tarea le resultó bastante más complicada.
El polvo le hacía estornudar constantemente. No sabía por donde empezar ni por donde terminar. Se sentó en la silla, pero al momento ¡PLOF! estaba en el duro suelo y la vieja silla convertida en astillas. ¡ No había que desanimarse!. Estas cosas le ocurrían por su pereza y su dejadez( recapacitó el duendecillo). Así que decidió tomárselo con calma, con un orden, y poco a poco.
Pasó el tiempo y Flip se hizo madrugador. Le gustaba el fresquito de la mañana, contemplar los primeros rayos del sol y ver como iban saliendo verdes tallos de las semillas que había sembrado. Aquellas pequeñas y aparentemente insignificantes pepitas, se convirtieron en preciosas flores, de innumerables colores que perfumaban todos los lugares del bosque con aromas deliciosos para los sentidos.
El duendecillo Flip se sentía dichoso consigo mismo y esa dicha también se reflejaba en su diminuto cuerpecito. La chaquetilla roja le ajustaba perfectamente, sus alitas eran brillantes y transparentes y sus pequeñas orejas se destacaban finamente puntiagudas. Estaba fuerte como un árbol y ágil como una ardilla. Sus amigos y parientes, participaban de su felicidad. Siempre le habían querido y habían deseado que llegase este momento en que a Flip, se le viese totalmente feliz.
Y así, sencillamente, el duendecillo que había sido perezoso, aprendió la maravillosa

lección de ser útil así mismo y a los demás. FIN
                                 

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