El cadáver




Cuando despertó era de madrugada. Podía sentir el ruido sinuoso de su presencia propagándose por el aire.
La luz del amanecer se filtraba ténue través de las rendijas de la persiana pero le permitió ver claramente su repugnante figura. La mujer lanzó un sonido entrecortado que a ella misma la estremeció al sonar en sus oídos como el ruido de una pieza de tela al rasgarse.
Salió sigilosamente de la cama tropezando con el sillón de orejas (aquel sillón había sido siempre un estorbo) Llegó hasta la cómoda. Tanteó por encima de ella. Tomó a ciegas un objeto plano y contundente.
Descalza y serena se aproximó a lo que, con la poca luz filtrada, parecía la sombra intrusa. En el preciso momento en que le asestaba un golpe seco, de improviso, la habitación quedó en la oscuridad por unos segundos.
Estaba segura de haberle acertado de pleno. El sonido del golpe fue totalmente elocuente. Palpando dio con el interruptor de la luz. La claridad ahora era total. Se quedó perpleja. Miró con ansiedad hacia el suelo. Estaba segura de haberle propinado un tremendo estacazo. Desde luego como poco tenía que encontrarse noqueada. Una pequeñísima mancha le dio la pista. Una aquí... otra un poco mas allá... otra... otra... Directamente se dirigían hacia las pesadas cortinas. Apartó las telas... Yacía boca arriba, su color era rojizo y estaba medio despanzurrada.
¡Al fin! Exclamó con voz de satisfacción. Hallar el cadáver era
estrictamente necesario; prueba irrefutable de que nunca mas aquella inmunda cucaracha irrumpiría en su habitación.

Valencia- 19 – Junio_ 2012

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