Soledad Requejo



En aquel año de mil novecientos cuarenta y cinco, Soledad Requejo, había cumplido setenta años, y después de tan largo tiempo, sin querer acordarse de su familia, sintió irrefrenables deseos de pasar los últimos años de su vida en el pueblo donde había nacido, y con la única persona que quedaba de ella, su sobrina Mercedes, hija de su hermana gemela, la cual hacía ya tres años que había fallecido, noticia que había recibido, hacía algunos meses, de forma casual e indirecta.
Soledad se sintió llena de tristeza al conocer la muerte de su hermana, y en ella renació la nostalgia, recordando su niñez y su juventud.
Bien es cierto que Soledad y su sobrina no se habían visto nunca, pero ella estaba segura de que la hija de su hermana conocía su existencia y su historia.


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A los diecisiete años, Soledad, se enamoró de un joven y guapo gañán que trabajaba para su padre, el hombre mas rico e influyente del pueblo. La consecuencia de este escarceo amoroso desembocó en el embarazo de Soledad. En cuanto se hizo evidente su estado, fue repudiada por toda su familia por no cumplir las reglas que regían la decencia y la moral en aquella época.
Soledad atravesó el vano de la puerta con lo puesto, una pequeña bolsa con cuatro nimiedades y un beso fugaz de su madre que, cogiéndole las manos le puso un pequeño fajo de billetes, apartándose apresuradamente de ella, temiendo ser vista por ojos indiscretos, momentos antes de que ésta abandonase el hogar para siempre. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la joven Soledad, tuvo la sensación de que acababa de interponerse entre ella y aquellos a los que había querido, y creído su familia, una fría losa mortuoria.
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Pasan los años. Al pueblo solo llegan noticias de Soledad muy de tarde en tarde. Que si vivía en la ciudad o que si había sido vista en tal o cual sitio, que iba pobremente vestida, que pedía limosna... así un sin fin de chismes y circunloquios, juicios y críticas, en corrillos que formaban las mujeres del contorno. Siempre se hablaba en voz baja, y mirando a hurtadillas por si alguien de la familia estaba cerca. El señor Requejo, en aquellos años, era el dueño de todas las tierras, y su autoridad era total y absoluta, por tanto tenía terminantemente prohibido que se hablase de su hija, a la que consideraba muerta desde el instante mismo, que él, la expulsara de su casa y del pueblo.
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Con sus escasos diecisiete años, Soledad, tomó el tren que la condujo hasta la capital. Descendió del vagón y se encontró totalmente aturdida y perdida en aquel ir y venir de gentes con maletas y bultos dispersados por todas partes. Sintió que no la sujetaban sus piernas, pero se sobrepuso. De súbito comprendió el terrible significado de su nombre, Soledad.
La ciudad la recibió con el abrazo inhóspito y cruel del anonimato.
Tan desvalida como una hoja que el viento empuja caprichosamente de aquí para allá, caminó sin rumbo por las empedradas calles, pidió limosna y durmió en los soportales. Pasó hambre, frío, insultos y desprecios.
Cuando Soledad comenzó a tener los primeros dolores del parto, era una joven debilitada y enferma que creyó llegado su fin.
Aquel atardecer, no pudo resistir los aguijonazos del dolor y acurrucada en un rincón del viejo portón que le daba cobijo, perdió el conocimiento. Cuando volvió en si, Soledad, vio la silueta larga, suntuosa y confortadora de la dama que la recogiera en la calle.
Había perdido a la criatura que llevaba en sus entrañas, pero por otra parte el destino decidió ser, por primera vez en mucho tiempo, generoso con ella, otorgándole la comprensión y el cariño de una mano amiga.

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Si. Soledad Requejo estaba decidida ha regresar .
Era a finales mayo, y el valle en esta época del año estaría llameante de amapolas. Como todas las primaveras el pueblo se hallaría en una envolvente conjunción de colores y de perfumes florales. El río con el borboteo incesante de sus aguas plateadas, la umbría frescura de los sauces que mecerían sus

verdes ramas al son del cálido viento. ¡ El río, paraje inolvidable de sus impetuosos amores juveniles... ! Todas estas cosas las recordaba ella tan vivamente que, a pesar de sus años, podía percibirlas en su ensoñación.
Cuando tomó la pluma para escribir, tenía los ojos bañados en nostalgias. Escribió a su sobrina una carta comunicándole sus ansias por conocerla y volver a su terruño. Los años se le echaban encima y no quería dejar pasar mas tiempo sin realizar este proyecto.
No tardó muchos días en recibir la contestación de Mercedes, que la aguardaba en fecha próxima. Tal día y en el tren de tal hora, estarían esperándola en la estación.
Soledad llegó al pueblo vestida con pulcritud y sencillez ; por todo equipaje llevaba una pequeña y vieja maleta.
Habían pasado ya varios días desde su llegada, y Soledad comenzó a albergar la esperanza que su sobrina y el marido de ésta estarían dispuestos a consentir que se quedase a vivir con ellos; la habían recibido con tanto agrado que no ponía en duda sería aceptada sin reservas. No supondría una carga para ellos ya que gozaba de buena salud y sus sobrinos no tenían hijos y disponían de espacio suficiente en la casa. Cierto era, que de aquella inmensa fortuna que disfrutaron los Requejo, no quedaban mas que unas pocas tierras con las que el matrimonio se iba defendiendo, pero eso no sería un obstáculo. Todo parecía que iba a salir tal y como ella esperaba; hasta su llegada fue de los más natural, pues aunque los prejuicios de antaño  seguían existiendo, de sus años mozos solo quedaban algunas personas que eran más ancianas que ella, por lo cual el escándalo que supuso su embarazo y su destierro ya lo habían olvidado.

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Aquella mañana cálida y apacible de mediados de junio, Soledad, consideró que era el momento oportuno para hablarle de sus anhelos a su sobrina. Ésta iba de un lado para otro ordenando la amplia cocina. Soledad, le pidió que se sentara unos momentos porque quería hablar con ella.
.- Querida sobrina, comenzó, ya se que no nos conocemos mucho, pero lo cierto es que tu y yo somos las únicas que quedamos de la familia Requejo. Yo ya tengo muchos años y he vivido tan desgajada de los míos, a los que siempre traté de olvidar, pero no pude apartarlos tan facilmente de mis sentimientos, que a estas alturas de mi vida, mi corazón bombea incansable pidiendo sangre de mi sangre. Deseo gozar de una familia que injustamente nunca tuve, y he pensado, que puesto que me habéis acogido con satisfacción, podría quedarme a vivir con vosotros en este precioso pueblo donde nací. No considero que vaya ha ser una carga . Me encuentro sana y

fuerte y económicamente pongo a vuestra disposición lo que he conseguido durante mi vida trabajando incansablemente... -
.- ¡ Tía, no siga !.- le cortó secamente Mercedes, que se levantó de la silla como si un resorte invisible la hubiese impulsado hacia arriba.
.- Comprenda que unos días con nosotros para matar su añoranza han resultado agradables, pero de ninguna manera podemos mantenerla indefinidamente. Nuestras rentas mermarían considerablemente y los tiempos que estamos atravesando son difíciles... Lo siento, (continuó intentando suavizar la situación con una falsa sonrisa que a Soledad la hizo sentirse mas lacerada) , pero ya habiendo llegado a este punto, creo que lo mejor será que no demore mucho su marcha; a partir de ahora, convendrá conmigo, nos va ha resultar violento estar juntas...
Podría darle mas razones, tía, pero creo que con lo que le he dicho lo comprenderá... .-
.- Pero, sobrina,yo solo pretendía decirte que con mis ahorros...-
.- ¡ Sus ahorros ! Mejor los utiliza, usted, en subsistir, porque seguro que con ellos no cubriríamos ni un año de gastos. Diferente sería que usted tuviese algunos bienes. En fin, no creo que debamos hablar más de este asunto tan enojoso. Le repito que lo siento pero...
.- No te esfuerces, Mercedes, le atajó Soledad, con el rostro empalidecido pero sereno y la voz templada, comprendo perfectamente lo que me quieres decir y estoy de acuerdo contigo. Mañana mismo sacaré el billete de vuelta a la ciudad. Lo que me ocurre es que tendrás que prestarme el dinero, pues he gastado parte del que traía y seguramente no me llegará para pagarme el tique, pero podemos arreglarlo de forma que te lo pueda devolver lo antes posible.-
Soledad, invitó a su sobrina a su casa para restituírle la cantidad que le iba a entregar ya que, ésta, en unos días tenía previsto ir a la ciudad. Mercedes rehusó con algunas escusas la invitación. Pensaba interiormente que no deseaba en modo alguno acercarse al mísero barrio donde, seguro, viviría. Durante la estancia de su tía en el pueblo no habían hablado de estos asuntos , porque ella no deseaba saber nada. No era responsable de como viviese ni dejase de vivir la hermana de su madre; su marido y ella ya habían ejercido con creces como parientes. Por otra parte le sabía mal cobrarle el billete pero su marido opinaba que habían cumplido plenamente con el vínculo familiar alojándola en su casa durante varios días.
Al fin quedaron de acuerdo en que el mejor lugar para verse sería en la Plaza Mayor frente al Banco Unión donde su tía guardaba sus ahorros, de modo que el último jueves de junio se encontrarían en dicho lugar a las doce del medio día.
Aquel jueves Mercedes llegó sofocada a la cita, no tanto por el calor como por la vergüenza que trataba de ocultar allá dentro de su conciencia, cuando divisó la figura de su anciana tía sentada en un banco del jardín, cavizbaja y sujetando entre sus manos la libreta de ahorros.
Se saludaron con un beso. La sobrina se siente turbada al ser tan trasparente, la tía la besa con cariño y una mirada llena de tristeza.
Cruzaron la plaza sin mediar palabra alguna hasta la puerta del Banco, donde un ordenanza les franqueó la entrada inclinando ligeramente la cabeza a modo de cortesía.
Soledad Requejo se irguió, su mirada era afable, algo altanera, prueba palpable de superioridad. Con paso arrogante y regia apostura atravesó el vano de la puerta. Los empleados de la banca se pusieron en pie y como una sola voz resonó el saludo .- ¡ Buenos días señora Presidenta !

FIN

Valencia - 27 – Mayo-2012

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