En
aquel año de mil novecientos cuarenta y cinco, Soledad Requejo,
había cumplido setenta años, y después de tan largo tiempo, sin
querer acordarse de su familia, sintió irrefrenables deseos de
pasar los últimos años de su vida en el pueblo donde había
nacido, y con la única persona que quedaba de ella, su sobrina
Mercedes, hija de su hermana gemela, la cual hacía ya tres años que
había fallecido, noticia que había recibido, hacía algunos meses,
de forma casual e indirecta.
Soledad
se sintió llena de tristeza al conocer la muerte de su hermana, y en
ella renació la nostalgia, recordando su niñez y su juventud.
Bien
es cierto que Soledad y su sobrina no se habían visto nunca, pero
ella estaba segura de que la hija de su hermana conocía su
existencia y su historia.
*******
A
los diecisiete años, Soledad, se enamoró de un joven y guapo gañán
que trabajaba para su padre, el hombre mas rico e influyente del
pueblo. La consecuencia de este escarceo amoroso desembocó en el
embarazo de Soledad. En cuanto se hizo evidente su estado, fue
repudiada por toda su familia por no cumplir las reglas que regían
la decencia y la moral en aquella época.
Soledad
atravesó el vano de la puerta con lo puesto, una pequeña bolsa con
cuatro nimiedades y un beso fugaz de su madre que, cogiéndole las
manos le puso un pequeño fajo de billetes, apartándose
apresuradamente de ella, temiendo ser vista por ojos indiscretos,
momentos antes de que ésta abandonase el hogar para siempre. Un
escalofrío recorrió el cuerpo de la joven Soledad, tuvo la
sensación de que acababa de interponerse entre ella y aquellos a los
que había querido, y creído su familia, una fría losa mortuoria.
*******
Pasan
los años. Al pueblo solo llegan noticias de Soledad muy de tarde en
tarde. Que si vivía en la ciudad o que si había sido vista en tal
o cual sitio, que iba pobremente vestida, que pedía limosna... así
un sin fin de chismes y circunloquios, juicios y críticas, en
corrillos que formaban las mujeres del contorno. Siempre se hablaba
en voz baja, y mirando a hurtadillas por si alguien de la familia
estaba cerca. El señor Requejo, en aquellos años, era el dueño de
todas las tierras, y su autoridad era total y absoluta, por tanto
tenía terminantemente prohibido que se hablase de su hija, a la que
consideraba muerta desde el instante mismo, que él, la expulsara de
su casa y del pueblo.
*******
Con
sus escasos diecisiete años, Soledad, tomó el tren que la condujo
hasta la capital. Descendió del vagón y se encontró totalmente
aturdida y perdida en aquel ir y venir de gentes con maletas y bultos
dispersados por todas partes. Sintió que no la sujetaban sus
piernas, pero se sobrepuso. De súbito comprendió el terrible
significado de su nombre, Soledad.
La
ciudad la recibió con el abrazo inhóspito y cruel del anonimato.
Tan
desvalida como una hoja que el viento empuja caprichosamente de aquí
para allá, caminó sin rumbo por las empedradas calles, pidió
limosna y durmió en los soportales. Pasó hambre, frío, insultos y
desprecios.
Cuando
Soledad comenzó a tener los primeros dolores del parto, era una
joven debilitada y enferma que creyó llegado su fin.
Aquel
atardecer, no pudo resistir los aguijonazos del dolor y acurrucada
en un rincón del viejo portón que le daba cobijo, perdió el
conocimiento. Cuando volvió en si, Soledad, vio la silueta larga,
suntuosa y confortadora de la dama que la recogiera en la calle.
Había
perdido a la criatura que llevaba en sus entrañas, pero por otra
parte el destino decidió ser, por primera vez en mucho tiempo,
generoso con ella, otorgándole la comprensión y el cariño de una
mano amiga.
*******
Si.
Soledad Requejo estaba decidida ha regresar .
Era
a finales mayo, y el valle en esta época del año estaría llameante
de amapolas. Como todas las primaveras el pueblo se hallaría en una
envolvente conjunción de colores y de perfumes florales. El río con
el borboteo incesante de sus aguas plateadas, la umbría frescura de
los sauces que mecerían sus
verdes
ramas al son del cálido viento. ¡ El río, paraje inolvidable de
sus impetuosos amores juveniles... ! Todas estas cosas las recordaba
ella tan vivamente que, a pesar de sus años, podía percibirlas en
su ensoñación.
Cuando
tomó la pluma para escribir, tenía los ojos bañados en nostalgias.
Escribió a su sobrina una carta comunicándole sus ansias por
conocerla y volver a su terruño. Los años se le echaban encima y no
quería dejar pasar mas tiempo sin realizar este proyecto.
No
tardó muchos días en recibir la contestación de Mercedes, que la
aguardaba en fecha próxima. Tal día y en el tren de tal hora,
estarían esperándola en la estación.
Soledad
llegó al pueblo vestida con pulcritud y sencillez ; por todo
equipaje llevaba una pequeña y vieja maleta.
Habían
pasado ya varios días desde su llegada, y Soledad comenzó a
albergar la esperanza que su sobrina y el marido de ésta estarían
dispuestos a consentir que se quedase a vivir con ellos; la habían
recibido con tanto agrado que no ponía en duda sería aceptada sin
reservas. No supondría una carga para ellos ya que gozaba de buena
salud y sus sobrinos no tenían hijos y disponían de espacio
suficiente en la casa. Cierto era, que de aquella inmensa fortuna que
disfrutaron los Requejo, no quedaban mas que unas pocas tierras con
las que el matrimonio se iba defendiendo, pero eso no sería un
obstáculo. Todo parecía que iba a salir tal y como ella esperaba;
hasta su llegada fue de los más natural, pues aunque los prejuicios
de antaño seguían existiendo, de sus años mozos solo quedaban
algunas personas que eran más ancianas que ella, por lo cual el
escándalo que supuso su embarazo y su destierro ya lo habían
olvidado.
*******
Aquella mañana cálida
y apacible de mediados de junio, Soledad, consideró que era el
momento oportuno para hablarle de sus anhelos a su sobrina. Ésta iba
de un lado para otro ordenando la amplia cocina. Soledad, le pidió
que se sentara unos momentos porque quería hablar con ella.
.-
Querida sobrina, comenzó, ya se que no nos conocemos mucho, pero lo
cierto es que tu y yo somos las únicas que quedamos de la familia
Requejo. Yo ya tengo muchos años y he vivido tan desgajada de los
míos, a los que siempre traté de olvidar, pero no pude apartarlos
tan facilmente de mis sentimientos, que a estas alturas de mi vida,
mi corazón bombea incansable pidiendo sangre de mi sangre. Deseo
gozar de una familia que injustamente nunca tuve, y he pensado, que
puesto que me habéis acogido con satisfacción, podría quedarme a
vivir con vosotros en este precioso pueblo donde nací. No considero
que vaya ha ser una carga . Me encuentro sana y
fuerte
y económicamente pongo a vuestra disposición lo que he conseguido
durante mi vida trabajando incansablemente... -
.-
¡ Tía, no siga !.- le cortó secamente Mercedes, que se levantó de
la silla como si un resorte invisible la hubiese impulsado hacia
arriba.
.-
Comprenda que unos días con nosotros para matar su añoranza han
resultado agradables, pero de ninguna manera podemos mantenerla
indefinidamente. Nuestras rentas mermarían considerablemente y los
tiempos que estamos atravesando son difíciles... Lo siento,
(continuó intentando suavizar la situación con una falsa sonrisa
que a Soledad la hizo sentirse mas lacerada) , pero ya habiendo
llegado a este punto, creo que lo mejor será que no demore mucho su
marcha; a partir de ahora, convendrá conmigo, nos va ha resultar
violento estar juntas...
Podría
darle mas razones, tía, pero creo que con lo que le he dicho lo
comprenderá... .-
.-
Pero, sobrina,yo solo pretendía decirte que con mis ahorros...-
.-
¡ Sus ahorros ! Mejor los utiliza, usted, en subsistir, porque
seguro que con ellos no cubriríamos ni un año de gastos. Diferente
sería que usted tuviese algunos bienes. En fin, no creo que debamos
hablar más de este asunto tan enojoso. Le repito que lo siento
pero...
.-
No te esfuerces, Mercedes, le atajó Soledad, con el rostro
empalidecido pero sereno y la voz templada, comprendo perfectamente
lo que me quieres decir y estoy de acuerdo contigo. Mañana mismo
sacaré el billete de vuelta a la ciudad. Lo que me ocurre es que
tendrás que prestarme el dinero, pues he gastado parte del que traía
y seguramente no me llegará para pagarme el tique, pero podemos
arreglarlo de forma que te lo pueda devolver lo antes posible.-
Soledad,
invitó a su sobrina a su casa para restituírle la cantidad que le
iba a entregar ya que, ésta, en unos días tenía previsto ir a la
ciudad. Mercedes rehusó con algunas escusas la invitación. Pensaba
interiormente que no deseaba en modo alguno acercarse al mísero
barrio donde, seguro, viviría. Durante la estancia de su tía en el
pueblo no habían hablado de estos asuntos , porque ella no deseaba
saber nada. No era responsable de como viviese ni dejase de vivir la
hermana de su madre; su marido y ella ya habían ejercido con creces
como parientes. Por otra parte le sabía mal cobrarle el billete pero
su marido opinaba que habían cumplido plenamente con el vínculo
familiar alojándola en su casa durante varios días.
Al fin quedaron de
acuerdo en que el mejor lugar para verse sería en la Plaza Mayor
frente al Banco Unión donde su tía guardaba sus ahorros, de modo
que el último jueves de junio se encontrarían en dicho lugar a las
doce del medio día.
Aquel
jueves Mercedes llegó sofocada a la cita, no tanto por el calor como
por la vergüenza que trataba de ocultar allá dentro de su
conciencia, cuando divisó la figura de su anciana tía sentada en un
banco del jardín, cavizbaja y sujetando entre sus manos la libreta
de ahorros.
Se
saludaron con un beso. La sobrina se siente turbada al ser tan
trasparente, la tía la besa con cariño y una mirada llena de
tristeza.
Cruzaron
la plaza sin mediar palabra alguna hasta la puerta del Banco, donde
un ordenanza les franqueó la entrada inclinando ligeramente la
cabeza a modo de cortesía.
Soledad
Requejo se irguió, su mirada era afable, algo altanera, prueba
palpable de superioridad. Con paso arrogante y regia apostura
atravesó el vano de la puerta. Los empleados de la banca se pusieron
en pie y como una sola voz resonó el saludo .- ¡ Buenos días
señora Presidenta !
FIN
Valencia
- 27 – Mayo-2012
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