En
un hermoso y verde valle donde se había formado una comunidad de
granjas ya hacía mucho tiempo, aconteció un caso insólito para sus
habitantes.
En
el atardecer de una cálida primavera, la familia del granjero Tomás
estuvo muy atareada hasta más allá de la media noche, ayudando a
parir a la yegua y a la burra que habían tenido el feliz pensamiento
de alumbrar a sus crías a la vez.
Mucho
trabajo le costó a la yegua echar a su potríllo al mundo ya que se
resistía para salir y el granjero tuvo que ayudarla tirando de la
cría. Al fin salió con tal ímpetu que Tomás quedó sentado en el
heno tanto por el esfuerzo como por la sorpresa. ¡ El potro tenía
cinco patas ! Aún no se había repuesto de la impresión cuando su
hijo mayor le llamó dando voces desde la otra parte del establo
donde acaba de nacer un asno con tres orejas. Singular era el burrito
con sus tres orejitas . Las correspondientes a ambos lados de la
cabeza le caían lacias como a un perrillo y en medio de ellas se
alzaba la tercera con la altivez de un penacho. Ese mismo día
recibieron los nombres de Orejudo y Trotón.
Tan extraordinaria noticia se extendió por todo el valle y los
lugareños acudieron presurosos a ver con sus propios ojos tan
inesperados fenómenos.
Las
opiniones y consejos, no solicitados, fueron para todos los gustos.
La mayoría proponía cortar la pata sobrante de Trotón (ésta se
exhivía en medio de las patas delanteras fuerte, resistente y con la
misma longitud que las otras cuatro patas) y del mismo modo
prescindir de la oreja sobrante del pollino.
Otros,
mirando más las monedas que escaseaban , pensaban que lo mejor sería
venderlos en algún circo por los que les pagarían buenos dineros. ¿
Qué iban hacer con un caballo de cinco patas que no podría llevar
el carro porque se enredaría a cada paso? Sólo sería una carga y
un gasto inútil. Algunos de los compadres, opinando por opinar,
apuntaron mandarlos al zoológico “como bichos raros” y los que
se las daban de ilustrados aseguraban, que la mejor solución sería
donarlos para la ciencia que haría grandes experimentos con ellos.
Después de todas estas disertaciones miraban al borrico y al potro
se se desternillaban de risa.
Tomás
y su familia no se ofendían; sabían de sobra que sus vecinos eran
buenas personas y querían aconsejarlos bien, pero ellos no pensaban
seguir ninguno de aquellos consejos, pues desde el mismo instante que
vieron a las crías decidieron quedarselas y cuidarlas. Ya se vería
con el paso del tiempo como irían prosperando los animalillos.
Iba
camino del año desde que nacieron el potro y el asno y tanto el uno
como el otro se desenvolvían perfectamente.
Orejudo
había dado muestras más de las necesarias de que su tercera oreja
no estaba allí como un mero capricho del destino, pues actuaba como
un radar que recibía ondas sensoriales por medio de ella. Su amo se
había dado cuenta de que lo alertaba con suficiente tiempo si se
acercaba una tormenta, un viento huracanado o una lluvia persistente,
aunque el día estuviese calmado y con un sol esplendoroso, de manera
que la familia se apresuraba para refugiar a los animales ha recoger
los aperos de labranza y poner los a buen recaudo. Desde que el
pollino dio muestras de esta cualidad, Tomás y su familia se
ahorraron muchos disgustos.
Trotón
tampoco era manco ( nunca mejor expresado ) ya que era el potro más
veloz de todo el condado. La primera vez que su dueño lo enjaezó y
lo enganchó al carro para participar en la carrera anual en honor a
San Antón, los niños y las personas mayores se rieron hasta perder
las fuerzas y saltarseles las lagrimas. ¡ Más te valdría venderlo
para el circo no ves que se va ha enzarzar con esa pata de más !
Pero el caballito estaba bien entrenado por su dueño y corrió a tal
velocidad que sus patas al mirarlas parecían que habían doblado su
número.
Iban pasando los años y Orejudo y Trotón fueron el borrico y el
jaco mas queridos de todo el valle. Disfrutaron fuertes y sanos de su
juventud, y gozaron de una apacible vejez gracias a los cuidados y el
cariño de sus amos hasta el último instante de sus días.
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