El lobo que no era feroz




Esta es la bella historia de un lobo que no era feroz.
Había una vez un pastor que tenía un buen rebaño de ovejas y alguna que otra cabra. Solía llevarlas a comer a un monte no muy lejano de su cabaña y su redil, donde las recogía al anochecer.
A bastantes kilómetros de distancia habitaba una familia de lobos fieros y audaces, que para sobrevivir eran capaces de bajar a los pueblos, colarse en un toril y arremeter contra un toro, por supuesto, todos unidos en perfecta coordinación y estrategia, que su instinto natural les deparaba. Solo uno de los lobos mas jóvenes se quedaba siempre rezagado; era el que mas débil nació y aunque su empaque era arrogante y hermoso como el de sus hermanos, su instinto no era feroz. Siempre llegaba el último a la cacería cuando ya estaba todo hecho. Comía las sobras que dejaba la manada.
Cierto día que su familia ya había saciado su hambre, después de la caza de un hermoso ciervo, se aproximó nuestro joven lobo a comer las piltrafas que quedasen... De pronto, dando un magnifico salto, el lobo dominante se interpuso entre él y la comida, le mostró sus formidables y afilados colmillos y con un gruñido que retumbo como en eco le dio ha entender que no era bien recibido.
Se quedó solo. Vagó de aquí para allá. Cuando el hambre le acuciaba, apresaba pequeños roedores. Andando andando fue a parar al monte donde iba el pastor con su rebaño. Los miraba desde lejos. El hombre también lo veía. Cada día se aproximaba un poquito más, el pastor lo observaba. El lobo se echaba allí, mirando con ojos sumisos. Cada día el lobo acortaba la distancia. El pastor se acostumbró a su presencia.
Alguna vez que otra,el hombre, le dejaba algo de su comida en un montículo a una distancia prudencial y así fue pasando el tiempo.
El lobo empezó a seguir al pastor y a su rebaño hasta su cabaña y en un lugar que le gustó, dormía todas las noches como un perro fiel que guarda a su amo.
Cierta noche serena y cuajada de estrellas, el lobo despertó de súbito. Se irguió sobre sus fuertes patas con todos sus sentidos en alerta. Un imperceptible ruido, para él, había sido una alarma. Un zorro se acercaba sigiloso al establo donde dormían confiadas las ovejas. Saltó rápido, corrió veloz y se enfrentó a la alimaña que no huyó y aceptó la lucha que fue encarnizada.
Los gruñidos, el revuelo que se armó y el balar de las ovejas, despertaron al pastor, que rápido, cogiendo su escopeta salió de la cabaña encontrándose con el lobo mal herido y viendo huir a un zorro que aullaba de dolor. Comprendió el hombre lo sucedido. Curó las heridas del lobo y desde entonces este fue su amigo inseparable y cuidador de su rebaño.

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