Una
tira de papel de pastelería que contenía doce patitos de azúcar,
fue a parar a las manos de un niño glotón ; éste los hubiese
engullido de una sola vez si su mamá no se los hubiese confiscado
y escondido en un armario de la cocina donde su gordinflón hijo no
los pudiese encontrar.
Su
mamá le puso la condición que sólo comería un patito cuando fuese
premiado por una buena acción. El pequeño, que lo único que
deseaba era comerse los dulces, decidió portarse muy requetebién
para recibir los doce premios, lo antes posible. Por consiguiente
los patitos de azúcar iban desapareciendo de la tira de papel muy
rápidamente.
El
patito número doce se encontraba muy inquieto, pues veía muy
próximo su fin deshaciéndose en la boca de aquel insaciable
chiquillo, así que le pidió al Hada de los animales que le
ayudase.
Entrada la noche cuando todos dormían, un hermoso cisne blanco llevando en su lomo a la Reina de las hadas atravesó el ventanal de la cocina, inundándola con mágica luz.
Con su barita, el Hada, separó el patito número doce de la tira de
papel haciéndolo girar vertiginosamente en una espiral de
maravillosos colores.
Amaneció un nuevo día y el patito de azúcar se encontró que su cuerpo estaba cubierto de un hermoso plumón blanco, su cuello era largo, su patas de color amarillo y su pico era fuerte y duro y podía emitir sonidos. Miró a su alrededor y comprendió que se encontraba en una granja. Gallinas y polluelos armaban gran alboroto, lucía el sol y por el suelo esparcidos habían granos de maíz. El patito se sintió feliz de estar en aquel corral y sobre todo por haberse librado de ser engullido por las fauces de aquel pequeño monstruo.
Cuando el granjero llegó a la corraliza se vio gratamente sorprendido al encontrarse con un pato tan hermoso entre sus gallinas.
-¿De dónde habrá salido? ¿Cómo habrá venido a parar hasta mi gallinero?-se dijo sorprendido-.
El hombre decidió que lo más sensato y lo más practico era no seguir haciéndose preguntas que no tenían respuesta y convertir al pato en un buen guisado antes de que algún vecino de otra granja fuera a reclamárselo, de modo que cogiendo al pato del pescuezo, sin mas miramientos, se lo llevó para ponerlo sin pérdida de tiempo en la cazuela.
Posiblemente, a veces es mejor no pretender cambiar nuestro destino.
ResponderEliminarCon certeza así es, amigo Marco. Gracias por tu agradable visita.
ResponderEliminar