El lobo y el zorro

Había una vez un zorro y un lobo que eran vecinos.

El zorro, siempre se jactaba de que además eran buenos amigos. El lobo no estaba muy seguro de que tal cosa fuera cierta y siempre miraba al zorro con desconfianza, de manera, que en alguna ocasión le había enseñado los colmillos con las mandíbulas cerradas, porque intuía que alguna mala pasada le acababa de hacer el zorro, pero lo cierto era, que él no lo podía demostrar y esto lo ponía muy incómodo. Ciertamente el lobo era fuerte pero no era demasiado listo, pero el zorro, si que era muy astuto.

Volvía, un día, el lobo muy ufano a su casa, con un hermoso tarro de miel, que le habían regalado las laboriosas abejas, cuando se encontró al zorro en el camino.

-¿Qué llevas ahí, amigo lobo, que te pone tan contento?

-Pues un tarro con riquísima miel que  me han obsequiado las abejas.

-Si que se ve una miel muy sabrosa. Pero tengo mis dudas... a veces las abejas no son tan generosas como parecen y a lo peor te han dado la miel amarga que da dolores de tripa y por eso nadie la quiere.Como soy un buen amigo tuyo, primero la probaré yo, para que no te lleves una desagradable sorpresa.
Y arrebatandole el tarro al lobo, que se había quedado con la boca abierta, comenzó a comerse la miel con grandes lametones. Cuando el lobo se despabiló le gritó al zorro.

-¡Para, para de comerte mi miel, ya sabrás de sobra si es amarga o dulce!

-Aún tengo que probar un poco más. La engañifa, suele estar de la mitad del tarro hacía el fondo ¿No dudarás de un amigo como yo, que se arriesga a tener dolores de barriga, para demostrarte su amistad? 
El zorro siguió comiendo y relamiéndose la miel que le embadurnaba el hocico. El lobo simplón, a medias comprendía la picardía, de la que era victima, pero al fin se hartó, lanzo un tremendo gruñido y le enseñó los colmillos con las fauces bien abiertas. El zorro escapó a correr diciéndole.

- ¡Eres un desagradecido, después de lo que acabo de hacer por ti, me sacas los dientes. Pero no te lo tendré en cuenta, porque me sigo considerando tu amigo.

El lobo llegó a su casa con el tarro vacío. Lo dejo encima de la mesa y se sentó frente a él muy mohíno. Quizá me he pasado de suspicaz con el zorro ¿ Pero y si la miel hubiese estado mala ? De todos modos, no se por qué me temo, que me ha vuelto a tomar el pelo una vez más. Algún día podré demostrarlo y entonces...
Y el lobo se quedó dormido. Pasaron muchos días antes de que el zorro y el lobo volvieran a verse. Una apacible y soleada mañana, estaba el lobo dormitando a la puerta de su casa, cuando oyó unas sonoras carcajadas:

-¡Ja, ja, ja, buenos días amigo lobo, despierta, que vengo en son de paz y te traigo un sabroso regalo!

Y una vez más el lobo se quedó con la boca abierta. El zorro le entregó un cesto con doce hermosos huevos. El lobo estuvo a punto de zamparse los huevos sin más demora, pero le asaltó una duda. No estaba seguro de la buena intención del zorro ¿Y si estaban podridos? De modo que se contuvo y cogiendo el cesto, le dio las gracias. Los ojos del zorro se habían achicado y tenían un brillo, claramente, taimado. Era evidente que sabía lo que estaba pensando el lobo.

-Para que no dudes de mi buena fe y compruebes lo frescos que son estos huevos, primero los probaré yo. Uno, al azar; que tú mismo vas a elegir.

-Siendo así... - Y el lobo señaló el más sucio y el más gordo de todos.

El zorro se lo dió a oler a su compadre y luego se lo zampó y se relamió de tal manera todo el hocico, que al lobo se le caía la baba por el suyo. No obstante no se fiaba.

-Seguro que suponías que te iba a señalar ese huevo porque era el más sucio y el de mayor tamaño. Así es que ese será el único que no esté pasado.

-¡Ja, ja, ja, (volvió a reír el zorro) pero mira que eres desconfiado. Ya te he dicho que vengo en son de paz. Señala otro huevo y volveré a repetir la prueba.

-¡Ese, ese de ahí que es el más pequeño de todos y que tiene manchas rosadas !

El zorro, con mucha parsimonia, lo cogió y se lo comió, relamiéndose, otra vez, con gran satisfacción el hocico.

De esta forma, una vez y otra y otra vez más, fueron desapareciendo los huevos del cesto porque el lobo no terminaba de fiarse del zorro. El lobo seguía siendo muy bobo y el zorro seguía siendo muy astuto. Ya solo quedaba un huevo en el cesto y entonces el lobo se dió cuenta del engaño, así es que abrió sus fauces, pero el zorro que ya sabía lo que iba a ocurrir ya había puesto tierra de por medio y se alejaba con la barriga llena y muerto de la risa.

El lobo entró en su casa, dejó el huevo encima de la mesa y se sentó frente a él muy mohíno.

-Quizá me he pasado d suspicaz con el zorro. ¿Pero y si los huevos hubiesen estado podridos? De todos modos no se por qué, me temo que me ha vuelto a tomar el pelo una vez más. Algún día podré demostrarlo y entonces...

Y el lobo se volvió a quedar dormido.

2 comentarios:

  1. Dios nos libre de tanto zorro como hay.

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    1. Pues si, Marco, hay mucho zorro suelto y no sólo en los bosques.
      Gracias por tu visita.
      Carmen.

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