Estamos bien

Ya era el tercer invierno que los viejos pasaban en casa de su hijo en la gran ciudad. Desde que este medrara con su buena carrera de ingeniería, había tomado la decisión de que sus padres pasaran la fría estación con él y su familia, mujer e hijo, ya que en la aldea de montaña donde vivían los ancianos el frío era tremendamente recio y despiadado para sus años y era un lugar con muy pocos habitantes, tan ancianos como ellos. La pequeña casa de sus mayores, provista tan sólo de una estufa de leña, no le parecía suficiente abrigo, al ingeniero, para los muy entrados años de sus  progenitores.

En aquel apartamento enorme, lleno de lujo y comfort y un agradable calor en toda la casa, los ancianos sentían sus carnes calientes y sus corazones helados y oprimidos. Se veían como extraños, ignorados, faltos de cariño. Eran viejos, sus opiniones no contaban ni a nadie interesaban. Su hijo y su nuera estaban poco o nada en la casa, agitados con el trasiego de sus trabajos y de su tupida vida social. Su nieto bastante tenía con sus estudios universitaríos. Por cortesía sus tres parientes se interesaban por ellos y les preguntaban, casi diariamente, si se encontraban bien instalados, si la doncella era servicial y amable , si necesitaban algún medicamento y si les gustaban las comidas; pero jamás mantenían una larga charla con sus octogenarios familiares y si esto ocurría advertían que su nuera se mostraba visiblemente molesta, por lo cual su hijo daba por finalizada la conversación con un tono de voz que, queriendo ser amable, les resultaba áspero y cortante.

Decididamente el invierno era largo pero la fría estación a los ancianos se les hacía más interminable. Al fin llego la primavera y el sol se tornó más tibio y cariñoso. Los corazones de los viejecitos se caldearon con lailusión de volver a su terruño y como el alear acogedor de la brisa de su aldea, recuperar su libertad.

En los comienzos de los días calurosos, su hijo ,les hizo saber, que dejaban la casa de la ciudad para trasladarse al chalet de la playa donde pasarían las vacaciones estivales. Si lo necesitasen por alguna causa ya sabían donde encontrarle y acudiría inmediatamente.

Durante los meses de verano el añoso matrimonio ya habían tomado la firme decisión de pasar el invierno en su pequeña casa, que no pensaban abandonar nunca más.

El otoño se presentó amenazador con tormentas y granizadas, de modo que el invierno, sin ninguna etiqueta, se coló de rondón sin esperar la llegada de su tiempo.

Los ancianos padres del ingeniero se anticiparon a la decisión de su hijo y antes de que este fuera a recogerlos y llevarlos a su apartamento, como hiciera inviernos anteriores, le comunicaron que, gracias a una subvención concedida por el municipio al cual pertenecía su aldea, tenían la despensa bien provista de alimentos y disfrutaban de un buen calor en la casa, porque habían comprado una moderna estufa que la caldeaba. El hijo, que como siempre andaba muy ajetreado con sus negocios, les prometió que iría a visitarlos antes de que cayesen las primeras nieves:
-No estés preocupado, estamos muy bien, en caso contrario te lo haríamos saber.

Cayeron las primeras nevadas y pasaron los meses... Ya finalizaba el invierno.

El enfrascado ingeniero embebido en sus proyectos de ganar dinero, no había podido tomarse un día para ir a visitar a sus padres. Pero le había tranquilizado que le dijeran que estaban muy bien, la última vez que habló con ellos.Ya entrado el mes de marzo faltando pocos días para la entrada de la primavera, de pronto, hizo un alto en sus numerosas e ineludibles ocupaciones. Bajó al garaje, se subió en su coche y lo enfiló como un poseso, hacía la carretera que lo conduciría a la aldea de su padres. No comprendía aquel extraño y repentino impulso pero lo cierto era que tenía que seguirlo.

Cuando abrío la puerta de la casa un frío espantoso le heló hasta los huesos. No había más estufa que la de leña y por la apariencia que presentaba, sin uso desde hacía mucho tiempo. El comedor y la cocina estaban vacías.

Halló a sus padres en la cama que les sirvió de lecho, desde que unieron sus vidas para siempre. Estaban abrazados con los ojos cerrados, sus rostros serenos y una suave sonrisa se dibujaba en sus labios.

El frío del invierno había conservado sus cuerpos intactos.

4 comentarios:

  1. Tristemente hermoso este cuento, hermoso por tu forma de contarlo
    y triste, porque en algunos casos es la cruel realidad.
    Los padres crían a los hijos sin pedir nada a cambio, luego cuando son mayores
    parece que estorban en todos lados, y fíjate que las ocupaciones son primordiales,
    y los padres han de vivir y en este caso incluso morir solos.
    Te felicito amiga, escribes de lujo.
    Besos.
    Chelo.

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  2. Gracias, amiga mía, por el interés que pones en la lectura de mis cuentos y relatos. Unas veces son fantasías y realidades unidas y en otras ocasiones, sacados de la vida misma. Un cariñoso abrazo de Carmen.

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  3. Dicen que hay pocos entierros de chinos, y la explicaciónque he oido es que cuando se sienten mayores y faltos de fuerzas vuelven a sus origenes. Exactamente la realidad que relatas, los mayores siempre estamos mas agusto en nuestras casas, aunque tengan deficiencias y las padezcamos.

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    1. Tal y como lo expresas, amigo mío. Gracias por tus amables visitas a mi blog. Estoy trabajando por mejorarlo pero me cuesta.
      Un abrazo amistoso de
      Carmen.

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