A
poca distancia de un bosque muy frondoso y con muchos preciosos
árboles había una cabaña donde vivía un leñador
y
su hijo más pequeño, el único que le quedaba de los tres varones
que le había dado su esposa, la cual hacía ya algunos algunos años
que había muerto.
Los
hijos mayores se habían casado y se fueron a vivir a un pueblo muy
alejado de la cabaña de su padre.
Un
día leñador se puso muy enfermo y en poco tiempo murió, dejando a
su hijo menor muy triste, solo y como única herencia su hacha y la
casucha donde vivían.
Jacinto,
que así se llamaba el pequeño huérfano, se sentía tan
desamparado, que decidió emprender camino a casa de sus hermanos
para darles la noticia de la muerte de su padre y pedirles que le
diesen trabajo, cobijo, y cariño.
Jacinto
se presentó en casa de su hermano mayor, Ramiro, que era dueño de
un próspero comercio, en el pueblo. Le expuso sus deseos, pero este
lo despidió alegando que era un ignorante y no entendía nada de
mercaderías y que desde luego era imposible que se quedase ha vivir
en su casa. Le puso en la puerta de la calle, y para aliviar su mala
conciencia le entregó una bolsita con algunas monedas de plata.
Se
encamino, el joven, muy decaído y apesadumbrado, hacia la casa de su
segundo hermano, con la esperanza que en esta ocasión sería bien
recibido.
Remigio
se alegró de verle y se entristeció por la muerte del padre de
ambos, pero cuando se enteró de las pretensiones de Jacinto lo
despidió con el pretexto que las cosechas no eran buenas y los
impuestos le agobiaban. Desde luego era imposible que se quedase ha
vivir en su casa ni tampoco podía darle dinero. Le puso en la puerta
de la calle, y para aliviar su mala conciencia le entregó un paquete
con pan y queso para el camino.
Jacinto
regresó a su casucha muy triste y cansado ; se desplomó en su
jergón y se quedó dormido.
Al
amanecer del día siguiente afiló el hacha tomó un saco grande y
encaminó sus pasos hacia el bosque dispuesto a cortar leña. Nunca
había sido leñador; su padre cortaba la leña y Jacinto la llevaba
al mercado del pueblo para venderla, así es que no sabía muy bien
que es lo que tenía que hacer.
Cuando
llegó al bosque y vio tan cerca aquellos hermosos árboles sintió
mucha pena por ellos y desistió de clavar el filo de su hacha en sus
leñosos cuerpos, de modo que volvió a su casa sin leña alguna.
Durante
tres días llegó hasta el bosque y regresó con el saco vacío y el
hacha sin estrenar.
El
cuarto día, el pequeño leñador se comió el último mendrugo de
pan que le quedaba y ya no tenía ninguna moneda de las que le diera
su hermano Ramiro, la última la había gastado en comprar unas velas
para alumbrarse.
El
quinto día, lleno de pesar, cogió el hacha y el saco y emprendió
el camino del bosque.
Cuando
llegó no se decidía por donde empezar. Al fin alzó el hacha y con
los ojos cerrados asestó un golpe al primer árbol que tenía
delante.
.-Ay.-
le pareció oír un quejido. Abrió los ojos y miró a su alrededor
pero no vio a nadie. Cerró los ojos de nuevo y asestó un segundo
hachazo y de nuevo le pareció oír un lamento. Con inquietud,
Jacinto, prestó oído y escudriño con la mirada entre el follaje, y
a nadie vio, ni nada escuchó, de modo que alzó el hacha por tercera
vez.
.-¡
Detén tu arma leñador. Soy yo el que se queja, el árbol que estás
hiriendo! .-
El
muchacho se sobresaltó y cuando salió de su asombro se echó a
llorar.
.-
Perdoname ( le dijo al árbol) yo no quiero haceros daño, pero no
tengo otro oficio y el hambre y la necesidad me empujan a cortaros. ¿
Cómo sobreviviré si no llevo leña al mercado del pueblo para
venderla ?.-
.-
Solo te pido que esperes un día más leñador. Tu compasión y tus
lagrimas merecen una solución a tu problema y a la vez también será
un remedio para el nuestro. Vuelve mañana y tendrás una respuesta
.-
Jacinto
regresó a su cabaña. Aquella noche cenó unas tiernas raíces que
recogió por el camino. No estaba seguro de lo que le había ocurrido
¿ No sería todo producto de su cansancio y del hambre que tenía ?
Y con estas interrogantes se quedó profundamente dormido.
Se despertó muy temprano con el canto de los pájaros. Estaba
ansioso de volver al bosque y cerciorarse de que fue cierto lo
sucedido el día anterior y no había sido efecto de su imaginación.
Jacinto
dudaba entre coger el saco y el hacha o dejarlos a la puerta de la
casa; al fin optó por llevarlos consigo.
A
medida que el joven leñador se acercaba al bosque un resplandor de
coloridos destellos le obligaba ha bajar los párpados, solo cuando
estuvo al amparo de las hojas y las ramas pudo apreciar el por qué
de aquel juego de colores. Todos los árboles estaban cuajados de las
más diversas frutas que brillaban como gemas preciosas entre el
verdor de las hojas.
Jacinto
comprendió la respuesta del bosque, y llenando su saco con los
frutos deliciosos que le ofrecían los árboles marchóse muy
contento al mercado del pueblo para venderlos.
Muy pronto se hizo,
Jacinto, popular en el mercado porque vendía muy baratas sus frutas
y eran las mejores y más jugosas.
La
fama de sus manzanas, naranjas, peras y cerezas se extendió por los
pueblos vecinos de modo que a Jacinto le llegó la hora de la
prosperidad necesitando trabajadores para repartir sus frutas.
Los
ecos de la buena suerte que gozaba llegaron hasta sus hermanos, que a
su vez, se habían quedado pobres como las ratas.
El
mayor, Ramiro, había perdido su floreciente comercio cuando se metió
en negocios no muy limpios.
A
su segundo hermano, Remigio, se le habían helado los campos, la
tierra estaba ajada y seca y los árboles quemados por el frío.
Ramiro
y Remigio habían hablado entre ellos sobre la necesidad de pedirle a
su hermano menor trabajo, cobijo y cariño pero no se atrevían por
vergüenza. Ahora se daban cuenta de la ruindad con que le habían
tratado.
Entre
tanto, Jacinto, que se había enterado de los apuros que estaban
pasando sus hermanos se puso en camino para visitarlos.
Tanto
Ramiro como Remigio esperaban que Jacinto les echara en cara el mal
comportamiento que habían tenido con él.
Jacinto
se presentó en sus casas, y sin mas palabras les ofreció trabajo,
cobijo, y cariño.
Fin.
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