El león desdentado


El león conservaba su melena, sus fuertes músculos, su majestuosa figura, sus afiladas garras y su poderoso e inconfundible rugido que se escuchaba por toda la sabana, pero... no tenía dientes, a decir verdad solo le quedaban cuatro sanos y los colmillos que ya comenzaban a moversele.
El león era viejo, pero ante su manada no debía de perder su prestigio de soberano. ¿ Qué es un león que no puede llevar un ñu o una gacela despedazada entre sus mandíbulas ? Se preguntaba. Nada, se respondía. Si sus congéneres intuían el menor signo de debilidad lo rechazarían a dentelladas y moriría sarnoso y cercado de moscas bajo la sombra de cualquier árbol.
El león de esta historia era viejo, y como tal sabio y astuto. Donde la fuerza falla la astucia puede triunfar.
Sus fuertes patas le permitían correr. Su melena se agitaba con el viento dándole el aspecto de una gran fiereza. Conservaba su autoridad con terroríficos rugidos, que mantenían a raya a los machos para que ninguno se atreviese rondar a su hembra. Se cuidaba mucho de ser bien visto trasportando algún animal en su boca.
¿ Cómo podía cazar sin perder los colmillos que se le movían como flanes ? Sencillamente no cazaba, se había convertido en un oportunista que robaba las presas a otros predadores, que ante su presencia y sus rugidos salían corriendo abandonando su alimento.
De esta forma engañosa vivió unos años el anciano felino, pero llegó el tiempo que el león perdió sus dientes y sus incisivos, y como era viejo era sabio y como tal comprendió que era el momento de su retirada. No permitiría que ningún imberbe le rugiese a la cara ni le le sacara una garra, y mucho menos que le mostrase los colmillos para sugerirle que se marchase. Se iba por su propia voluntad.

Había perdido su dentadura y su vigor pero nunca perdería su dignidad.

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